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España España · Villardeciervos
Voto de McKnight:
6
Drama Walt Kowalski (Clint Eastwood), un veterano de la guerra de Corea (1950-1953), es un obrero jubilado del sector del automóvil que ha enviudado recientemente. Su máxima pasión es cuidar de su más preciado tesoro: un coche Gran Torino de 1972. Es un hombre inflexible y cascarrabias, al que le cuesta trabajo asimilar los cambios que se producen a su alrededor, especialmente la llegada de multitud de inmigrantes asiáticos a su barrio. Sin ... [+]
19 de marzo de 2009
30 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gran Torino es una fruslería con tintes de gran drama, un continuo deambular de personajes estereotipados (las bandas juveniles principalmente) que para más pecado han sufrido el peor doblaje oído desde el emperador japonés de “El último samurai”, lo cual basta por si sólo para desmontar la película. Y Clint, nuestro amado Clint, nuestro idolatrado e intocable Clint se encuentra a un paso, a un milímetro de la pantomima, de la caricatura de si mismo, el guionista se ha centrado en poner en su boca una retahíla de expresiones soeces y supuestamente graciosas que evolucionan lentamente desde lo original hasta la reiteración más absoluta. Algo similar a “el sargento de hierro” pero con la salvedad de que en aquella el tono de comedia era evidente y en esta se ha de tomar por verídico. La trama, los acontecimientos, por momentos son rocambolescos, verbigracia la escena donde se muestra a un septuagenario racista en una suerte de fiesta de adolescentes asiáticos que nos lleva a desear que la situación finalice pronto no vayan a terminar sucediendo cosas aún más desdichadas. La actuación del protegido de Clint es desastrosa, carente de los recursos interpretativos más elementales. Y finalmente, la marca de la casa, el giro argumental inesperado, sorprendente, del que abusa el director por su efectismo innegable, como en “Deuda de sangre”, como en “Poder absoluto”, como en “Million dollar”.

Soy feliz en mi individualidad (o disimulo serlo), a veces creo que la provoco, a veces creo que la finjo, solo para tener el consuelo de mostrarme apartado de los otros, que como bien dijo Sartre son el infierno; a contracorriente de la masa, apartado, el salvaje de un mundo feliz poseedor de la verdad primigenia, que se alimenta de lo que los demás rechazan y aborrece lo que los demás adoran; es una fábula penosa y para nada conmovedora pero compartida por otros cientos de miles que al final acaban conformando la cultura mayoritaria, la sociedad de consumo que llena las salas para ver a Julia Roberts haciendo de espía de la CIA, que se permite mirar al vecino de butaca por encima del hombro cuando en definitiva ignora que está ante un espejo en el que mirarse. Pero esta vez hay que salvarse de la obnubilación generalizada, como en la sobrevalorada “El intercambio”, como en la insoportable “El caballero oscuro”, no tenemos a nadie que nos pague y por lo tanto no debemos adecuar nuestros criterios más que a nosotros mismos.
McKnight
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