Lars y una chica de verdad es una película curiosa, entretenida, tierna, emotiva, llena de buenas intenciones y con un bonito mensaje: la realidad inventada de cada uno puede no ser sólo más real que la vida misma, sino que puede hacer mejores a las personas gracias al optimismo y la ilusión.
De hecho, la idea inicial de la cinta de Craig Gillespie es verdaderamente única y encantadora, y tiene más alma y más sentimiento (pero del bueno, no del forzado y facilón en que es experto cierto cine comercial estadounidense) que muchas propuestas más conocidas y apreciadas por el público. Los diálogos de Nancy Oliver (que venía de... ¡A dos metros bajo tierra! Vaya cambio) son acertados, inteligentes y muy hermosos, a la par que divertidos. El problema viene en que la película es sólo una buena idea. Una idea que habría sido maravillosa en un corto, pero que en un largo se hace... pues eso, larga. Es demasiado larga, y las peripecias de Lars y su amada Bianca se hacen demasiado largas y repetitivas, aunque existan incluso en esos instantes menos logrados momentos de gran acierto, como el momento en que Lars canta en el bosque con Bianca a su lado. Por supuesto nada sería igual sin un Ryan Gosling más dulce y vulnerable que nunca, que pone toda la carne en el asador aportando mucha dignidad a un rol que fácilmente podría haber resultado ridículo.
En definitiva, una bonita película que acaba siendo víctima de su propia ambición y su maravilloso punto de partida.

Lo mejor: La ida original y la interpretación de un soberbio Ryan Gosling.
Lo peor: El desarrollo no está a la altura de la idea.