Y con tan lapidario título no me refiero a que La saga Crepúsculo: Eclipse sea más violenta que sus precedentes (que lo es), o a que aparezcan cabezas cortadas, vampiros desmembrados y cuellos heridos (que aparecen).
Lo que pretendo indicar es que, por fin, después de dos tedios consecutivos, la saga encuentra algo a lo que aferrarse y algo que ofrecer a otros tipos de público. El guión lo sigue firmando Melissa Rosenberg, la guionistas oficial de la saga, pero, no sé si por sus propios méritos o por el original literario, la película cuenta con una narrativa mucho más ágil que en las dos primeras partes.
Dos de las razones importantes de esta mejora son ajenas al guión, sin embargo. La primera es la presencia de David Slade como realizador, que aporta un vigor a la puesta en escena y un nervio a las escenas de acción que se echaba en falta. La segunda es la maravillosa partitura del siempre excelente Howard Shore, que dota a muchas de las escenas más empalagosas de una dimensión y una fascinación inéditas con sus grandiosas notas orquestales. La fotografía del español Javier Aguirresarobe mantiene los tonos grises y azulados característicos de la saga.
Uno de los problemas de la saga se mantiene, y es que toda la chicha, toda la acción, todo lo verdaderamente importante, ocurre en los veinte minutos finales. Quizás no hubiera estado de más algo de balance previo entre romanticismo y oscuridad, pero está claro que ese no es el campo de juego de Stephanie Meyer. Sin embargo, sorprende comprobar que, si se logra vencer el insufrible tedio de Crepúsculo y Luna Nueva, incluso aquellos que no pongan ojos de cordero degollado ante el romance de Edward y Bella pueden seguir sus desmanes amorosos con bastante facilidad en esta ocasión. Quizás porque el sentido del humor es la mar de acertado (ver las constantes pullas entre Edward y Jacob), quizás porque no abundan las frases de vergüenza ajena que sí pueblan Amanecer 1 (sólo hay que destacar en ese aspecto la proclama virginal de Bella a su padre, que arranca carcajadas). El caso es que, se mire por donde se mire, es la película más lograda y digerible de la saga Crepúsculo, hasta el punto de que no tiene nada realmente malo que criticar, salvo el eterno hecho de que a muchos se nos atragantas tantísimo azúcar y tan mínimos riesgos argumentales.
No se puede acabar una crítica, éso sí, sin hablar del reparto. No es novedad que Peter Facinelli y Billy Burke sigan siendo lo mejor. Sorprende más el despegue de Jackson Rathbone y Nikki Reed, en la primera película en que tienen oportunidad de brillar. Anna Kendrick, como siempre, es la única que comprende en qué clase de película está, y se ríe de ello. Y el trío maravillas... pues Taylor Lautner sigue siendo el único que aporta algo de personalidad a su personaje. Pattinson sigue siendo soso, muy soso, con esas dos únicas expresiones que no es capaz de cambiar (o no le dejan, quién sabe): la de enamorado arrobado y la de preocupación. Kirsten Stewart tiene menos cara de fumada, pero sigue demostrando una incapacidad alarmante para emocionar en las escenas más cruciales de la historia.
En definitiva, bien, la mejor, pero como siempre, poca cosa para los que buscamos algo más.

Lo mejor: Las secuencias en las que se habla del pasado de Rosalee y Jasper, y la música de Howard Shore.
Lo peor: Sigue sin ser para todo tipo de públicos. Pero éso es problema de quien la vea con ojos equivocados.