Lo más sensato es pensar que se trata de un falso documental, no es Thierry Guetta un personajillo digno de una situación real (aunque cosas más extrañas se han visto, y su carácter es justo el propicio para comerciar al otro lado del charco) pero es un personaje apasionante.

Dos son los puntos fuertes de la película. El primero la ardiente y sagaz crítica que se hace a la sociedad del espectáculo, al arte contemporáneo, al pop, a todo lo que la plebe anima, al kitsch y al naïf. Va directo como una bala a por los que (Banksy considera) atentan contra la originalidad de las obras, a por los que usan los símbolos socialmente aceptados para transgredir en ellos de manera deliberada (algo que hacen los graffiteros de manera más suave). El objetivo más a mano es Warhol, por su obra y su legado, por su imagen de marca. Es este un documental sobre la estupidez del ignorante, sobre aquellos que coleccionan y encumbran a un segundo porque un tercero les dice lo que está bien o mal.

El segundo es la cantidad abrumadora de excelente material con el que cuenta la cinta, y lo bien que lo expone. Fuera real la historia de Guetta o hayan grabado los graffiteros sus propias cintas, la calidad de estas y su conveniencia está del todo fuera de lugar. El interés de las imágenes de pintadas nocturnas, incidentes en lugares públicos y demás perrerías es bárbaro y la fluidez con la que se expone toda esa información es arrolladora. No hay un segundo de respiro en el film, y en absoluto se hace necesario.

Tal como está el panorama puede ser una de las mejores tres películas del año, por su sencillez y su amplía visión artística.
Banksy ha demostrado mucho con esta cinta, ha demostrado su poder artístico, y de paso se ha cubierto las espaldas ante sus semejantes.