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España España · mADRID
Voto de RARRA:
8
Drama Delft, Holanda, 1665. Griet entra a servir en casa de Johannes Vermeer, el cual, consciente de las dotes de la joven para percibir la luz y el color, irá introduciéndola poco a poco en el mundo de su pintura. Maria Thins, la suegra de Vermeer, al ver que Griet se ha convertido en la musa del pintor, decide no inmiscuirse en su relación con la esperanza de que su yerno pinte más cuadros. Griet se enamora de Vermeer, aunque no está segura ... [+]
12 de diciembre de 2007
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es clásica la contraposición que se establece habitualmente entre los libros y las películas. Películas basadas en un libro y libros basados en una película. Estos últimos suelen ser malos de solemnidad. Las primeras tienen a veces esa misma condición, pero en ocasiones suelen extraviarse y terminan siendo películas que podríamos llamar independientes.

De esas afirmaciones suelen librarse los libros y películas de pura acción, porque la acción se describe en imágenes o en palabras y ya está. Pero cuando media la menor interioridad de personajes, un mínimo rastro de su intimidad, sean dudas, pensamientos, intenciones o deseos, el libro y la película se ven obligados a recorrer formas absolutamente distintas de exposición que terminan generando obras imposibles de comparar.

Eso sucede a La joven de la perla, obra escandalosamente interiorista. Al mundo fundamentalmente interior de Vermeer lo acompaña el mundo interior de Griet. Junto a unos personajes accesorios y presentados como superficiales, Vermeer y Griet se nos muestran como pura interioridad que nos es vedada conocer y que simplemente podemos intuir.

La película refleja espléndidamente esos Países Bajos de siglo XVII y, más concretamente la vida urbana de una ciudad como Delft de la que apenas se muestra una calle. Y, más concéntricamente, una casa, la de Vermeer con su marco doméstico del que parece ser ajeno: mujer, suegra, servidumbre, mecenas. Y, por fin, el estudio. Y, al final, el cuadro.

Aunque no sea en todo momento, la película, con la autoría de fotografía de Eduardo Serra, refleja, sobre todo en las escenas de la segunda parte, el mundo pictórico de los interiores de Vermeer con su extraña luz que parece robada del exterior. También el color parece tener una importancia esencial: el azul, por ejemplo, que Griet elabora junto a Vermeer es un color que como pigmento utilizaba el carísimo lapislázuli machacado que el pintor nunca regateó y que empleó en el cuadro que da nombre a la película.

N es balde este cuadro pintado por Vermeer es definitorio: un rostro con una sonrisa y una mirada ambiguas sobre un fondo negro. Nuevamente la película nos hace un guiño refiriéndose a la cámara oscura utilizada por Vermeer.

Scarlett Johannson muestra no solamente un parecido suficiente a la joven del cuadro, sino un rostro que refleja todo un mundo que resume la sociedad de aquel momento histórico.

La música de Alexandre Desplat es espléndida. En escasas ocasiones uno se queda colgado de las interminables relaciones de nombres con que ahora se coronan la películas, En esta ocasión, la calidad de la música lo logra. El vestuario igualmente bueno.

En suma, un película con la que se disfruta.
RARRA
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