Diecinueve años han pasado, ahí es nada desde que Spielberg y Harrison Ford abandonaran al personaje aventurero por excelencia, después de infinidad de rumores que se han propagado a lo largo de todos estos años sobre un supuesto regreso, éste se confirma casi en el último suspiro de credibilidad que le podía quedar a Ford como firme imagen, para afrontar de nuevo el papel que tanto éxito le ha reportado. Para todo esto han pasado muchas cosas desde entonces, desde el cambio en el aspecto de las películas hasta el inevitable paso del tiempo que evidentemente pasa factura a la gran estrella. Spielberg, que será muchas cosas pero desde luego no es tonto, ha sido consciente de ello y lejos de recurrir a un monólogo interpretativo entorno a la figura de Ford, ha abordado ese espacio temporal, recurriendo a una imagen amable y veterana en forma de humor y rescatando la nostalgia de tiempos pasados (Karen Allen) para adaptarla a un nuevo entorno que de sentido y la dosis de credibilidad necesario para hacernos partícipes de este regreso. Por eso el elenco interpretativo dicta que era necesario sangre nueva para renovar las aventuras con la inclusión de un nuevo miembro familiar, de tal forma que si en “la última cruzada” conocíamos a su padre en “el Reino de la calavera de cristal” conoceremos a su hijo ¿y futuro candidato a perpetuar la saga? Decir algo así son palabras mayores, pero en esto del cine nunca se sabe.
La película sigue esquemas parecidos a sus predecesoras, algo muy de agradecer y a lo que nos ayuda John Williams con su inimitable banda sonora, los tiempos cambian un tanto el aspecto pero Kaminski renuncia a su peculiar look sobreexpuesto para acercarse al fenomenal trabajo de Douglas Scolombe, también el lógico cambio digital que en ocasiones satura de efectos la pantalla pero sin llegar a resultar cansino por tratar lo que trata. Esta nueva aventura está más en la línea aventurera del “Templo maldito” en la que los excesos de la lógica están muy por encima de la razón, teniendo incluso algunos parecidos razonables, tomemos como referencia la absurda caída desde un avión en un frágil bote salvavidas que termina en los rápidos de un río en aquella y que aquí se traduce en un triple salto de cataratas abordo de un bote. Esto nos da una idea del inexistente límite que el director ha impuesto a la hora de mostrar escenas de acción. El entendimiento de ello es clave para saber si queremos ser cómplices y olvidarnos de sus defectos para dejarnos llevar por el mundo de Indy, por ser partícipes de una nueva aventura, de regresar a tiempos pasados.