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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
9
Drama. Romance Una viuda de buena familia inicia un romance con su apuesto jardinero. A pesar de pertenecer a dos mundos completamente diferentes deciden casarse, pero su amor tropieza con el rechazo de los hijos de la mujer y de su círculo social. (FILMAFFINITY)
8 de enero de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de leer una buena cantidad de las excelentes críticas publicadas en esta web acerca de «Sólo el cielo lo sabe» he llegado a la conclusión de que Douglas Sirk es uno de esos directores que indudablemente merecen una reivindicación. Sus detractores argumentan que su cine ha envejecido muy mal, que las tramas resultan obsoletas y que carecen de complejidad, pero sobre todo que buena parte de su filmografía ha sido el germen para ese mal endémico que han resultado ser los culebrones televisivos. Es por esta razón, quizá, que la etiqueta de «melodrama» que suele ir grapada a casi todas las fichas técnicas de sus films provoque cierta refracción en el espectador medio, incubando una especie de prejuicio que, a mi manera de ver, resulta injusto y apresurado.

Personalmente creo que Sirk es un cineasta descomunal. Solamente por la forma de transmitir sentimientos y emociones con el poder de las imágenes ya nos damos cuenta de que estamos ante un maestro de la estética. Todo lo que voy a decir lo refiero, por supuesto, a «Sólo el cielo lo sabe», pero creo que podría aplicarse a muchas otras de sus películas de los años cincuenta, especialmente a «Obsesión» y «Escrito sobre el viento». Cada fotograma de esta película es como una postal en la que el director conjuga a la perfección tres elementos visuales de primer orden: el paisaje, la climatología y la arquitectura. El cromatismo que maneja, en puro tecnicolor, es parte fundamental de su lenguaje cinematográfico. La forma en Sirk es lenguaje y no resulta complicado vincular los estados de ánimo de los personajes con las características visuales de un plano determinado (el verde rozagante de la vegetación, interiores saturados de decoración, otros derruidos y con recovecos ampulosos, un gélido paisaje nevado, un cielo despejado y de un azul intenso, un fuego vivo y abigarrado que arde en una chimenea, etcétera). El director muestra un oficio y una convicción narrativa palpables a lo largo de toda la narración, y el desarrollo de la trama está libre de cualquier tipo de complejos pese a la esquematización de la historia o a lo arquetípicos que resulten los personajes.

«Sólo el cielo lo sabe» nos cuenta una historia de amor imposible y, personalmente, las historias de amores imposibles en el cine me ganan siempre. Es cierto que no es «Breve encuentro», pero en su escueto mensaje transmite de forma inexorable las consecuencias de un conjunto de normas sociales arbitrarias e improcedentes, y aquí no se trata de que el tiempo haya pasado y de que las cosas hayan cambiado tanto que el argumento se haya quedado fuera de foco. Creo que esa es justamente la premisa bajo la que defiendo el corpus narrativo de este film: los prejuicios sociales son otros, los estratos y el juego de apariencias han cambiado, todo ha evolucionado…, pero el ser humano y el sentimiento del amor continúan vigentes, y eso, como corazón conceptual del film, hace que este siga siendo excepcionalmente moderno.

Sirk saca un enorme partido de Rock Hudson y le hace repetir pareja con Wyman después de «Obsesión», otra gran película. El tema, en la sinopsis oficial, puede que sea la diferencia de edad y el salto en la escala social como impedimentos para la consecución del amor imposible, pero si estamos atentos a las imágenes comprenderemos que la película nos habla de muchas más cosas: el desarraigo, la soledad, los anhelos, el amor materno, la relación del hombre con la naturaleza, la lucha por la no alienación social, la amistad, el deseo…

Magnífico Melodrama (con mayúsculas) del maestro Douglas Sirk, un director cuya obra, insisto, bien merece una revisión y un análisis en profundidad. Su habilidad para conseguir la eclosión de los sentimientos en una pantalla de cine lo convierte en uno de los cineastas más personales y reconocibles del cine clásico.
Arsenevich
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