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Voto de Luis Guillermo Cardona:
8
Ciencia ficción. Drama Futuro, año 2000. En la megalópolis de Metrópolis la sociedad se divide en dos clases, los ricos que tienen el poder y los medios de producción, rodeados de lujos, espacios amplios y jardines, y los obreros, condenados a vivir en condiciones dramáticas recluidos en un gueto subterráneo, donde se encuentra el corazón industrial de la ciudad. Un día Freder (Alfred Abel), el hijo del todopoderoso Joh Fredersen (Gustav Frohlich), el hombre ... [+]
8 de noviembre de 2011
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una película sobre la lucha de clases. La escribió Thea von Harbou para enaltecer de nuevo la virtud y la fortaleza de la mujer, y Fritz Lang se solidarizó con ella convirtiendo su historia en un drama cinematográfico monumental donde, la recursividad aplicada a cada imagen (signos, analogías, representación de pensamientos, recreación futurista, transposición de deseos e intenciones…), está lograda con una sapiencia digna solamente de un artista consumado.

Lang, fluye disponiendo de un manantial inagotable de inspiración, y la originalidad que abunda en su película, y que haría escuela, se descubre a todo lo largo y ancho de la historia. Hay aquí una equilibrada conjunción de drama intenso, ciencia ficción, expresionismo, cine político y romanticismo. Una pluralidad que nos pone ante un espectáculo que impactó poderosamente en su momento, y aún impacta ahora… y nos pone a pensar ¡cuántas maravillas estaría haciendo, Fritz Lang, de haber existido en estos tiempos!

Se trata aquí de un llamado a la anarquía, hecho con la suficiente sutileza como para salvar el pellejo ante la censura y otras sombras anti-libertad. Por eso, la fina idea de un doble robótico de María, pues así, “no es ella”, sino su “doble” la que está incitando a la rebeldía y a la aniquilación total de las máquinas con las que se abusa, inmisericordemente, de los obreros. Pero, podría afirmar, que hubo también un íntimo - irreconocible de momento-, llamado de conciencia y que alguna voz le decía a Fritz Lang que, lo que estaba proponiendo obedecía a pasiones y no a razones, pues No es ese el camino correcto que debe seguirse para reivindicar la justicia social. De aquí, proviene entonces esa resolución romántica y utópica por la que se decide finalmente, que, sólo sus adeptos incondicionales, acogen con más entusiasmo que el mismo director.

Donde no cabe el amor tampoco entra la justicia. Donde se destruye, sin un propósito preclaro de construir luego, queda desarraigada toda visión de futuro. No es pues, su proposición política, la que debe dar permanencia a “METRÓPOLIS”. Es el genio creativo que se adivina en cada imagen; es la capacidad de trascender la epidermis para ver los significados que se ocultan (y que pueden ocultarse); y es la madurez racional y emocional que permite reconocer a la mujer como gestora, con el hombre, de un futuro nuevo y radiante, lo que hace que esta obra sea digna de un gratísimo recuerdo.

Y cabe hacer conciencia del atinado mensaje en que persiste María: “Entre el cerebro y las manos, el mediador ha de ser siempre el corazón”.
Luis Guillermo Cardona
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