A James Cameron solo le faltaba dar la sorpresa. Y la innovó con un giro argumental en la acción inquebrantable, digno de la lucidez de un director que se las da de visionario y estudioso (allí tenemos a su “Titanic” y el imaginario, pretenciosamente posible, del azulado mundo de “Avatar”); pero si algo quería popularizarse el realizador canadiense echarle más pegamento (y efectos especiales) a una secuela (o “remake” depende de cómo se mire) de la película que le hizo famoso: “Terminator” (1984) donde un androide mastica-tanques es enviado desde el futuro para aniquilar a la futura madre (Linda Hamilton) del líder de la resistencia humana contra la rebelión de las maquinas, una vez que éstas pueden programarse por sí mismas y se rebelan contra el hombre.

La aventura de 1984 termine con un futuro incierto para la embarazada heroína Sarah Connor (Linda Hamilton) que después de ser separada de su hijo John (Edward Furlong) esta recluido en el Centro Psiquiátrico de Pescadero, presa de la ira y la impotencia. Desde el futuro es enviado otro prototipo de androide () que John, como líder de la resistencia, programó a su favor; pero la devastadora SkyNet envía a otro más evolucionado, T-1000 (Robert Patrick) capaz de camuflarse e imitar cualquier forma. Disfrazado de policía decide ir a la caza de John, que ha ido a rescatar a su madre.

La evolución en la técnica de los efectos especiales y sonoros fueron la carta de presentación de Cameron en su filme lleno de acción y suspense que reventó taquillas y se llevó 4 Oscar de la Académia en la calidad de mejor sonido, efectos sonoros, efectos visuales y mejor maquillaje, de las seis estatuillas en las que competía, todas relacionados en el aspecto técnico. Porque aparte de ser un entretenimiento que se podría haber hecho con cuatro dólares, “Terminator 2” fascina, su argumento convence y entretiene. Toda una revolución para un realizador que ha hecho de su filmografía un parque de atracciones en 3D.