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España España · Madrid
Voto de keizz:
6
Drama Los habitantes del lago Kenozero viven del mismo modo que, durante siglos, vivieron sus antepasados. En esa pequeña comunidad, donde todos se conocen. sólo se produce lo necesario para la supervivencia. Sólo se comunican con el exterior gracias a la lancha del cartero, pero cuando alguien roba el motor de la embarcación y, además, la mujer que ama se escapa a la ciudad, el cartero emprenderá un viaje de autodescubrimiento que le ayudará ... [+]
15 de octubre de 2015
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Liokha (Aleksey Tryapitsyn) es el cartero de un pueblo en el lago Kenozero, al norte de Rusia. Todos los vecinos se conocen, y Liokha es el encargado de llevar a todas las casas tanto el correo como el dinero de las pensiones, y los productos que necesitan los vecinos, mediante su barca motora. Liokha vive solo, y está enamorado de Irina, una mujer divorciada que tiene un hijo llamado Timur, con quienes Liokha intenta pasar el mayor tiempo posible.

El veterano Andrey Konchalovsky dirige esta desconcertante película costumbrista en la que retrata la vida de un pequeño pueblo en las orillas del lago Kenozero. Por momentos parece un documental, ya que no hay realmente una historia como tal, sino más bien un retrato de la cotidianeidad de los vecinos de la zona.

Tal vez se podría decir que Konchalovsky indaga en la soledad y las relaciones humanas en el entorno rural, pero a mi no me lo pareció. El personaje del cartero, magníficamente interpretado por Aleksey Tryapitsyn, está muy bien logrado pero sin llegar nunca a calar dentro del espectador, por lo que esa presunta mirada hacia los sentimientos del hombre solitario y sus relaciones sociales no llega a fructificar demasiado.

Lo que sí consigue Konchalovsky y, sobre todo Tryapitsyn, es que se nos haga entrañable el personaje del cartero. Es él, con su barca motora, quien mantiene el contacto de los aldeanos con la civilización. No sólo les lleva el correo, también los sobres con el dinero de las pensiones, les hace recados, se sienta a charlar con ellos, y también lucha contra sí mismo para no recaer en el viejo vicio de beber vodka, que casi le mata un par de años atrás.

La película posee un permanente poso de humor que se agradece, y que hace que se vea con más interés. Gracias a ese humor contenido, tan eslavo, y a la humanidad del cartero, poco a poco nos va ganando, y la película termina dejando buenas sensaciones, a pesar de la parquedad de su trama.

Porque de no ser así, el film sería tremendamente deprimente. Un pueblo de viejos, donde ya no quedan apenas jóvenes, donde ya no hay colegio, en el que los vecinos se asean apenas con una palangana, que viven de lo que les da el bosque y el lago. Un lago en el que no pueden pescar con red, y en cuyos alrededores hay una base militar que está costruyendo un cohete espacial.

Lyokha trata de ayudar a todos. Está pendiente de uno a quien llaman “El bollo”, que siempre está borracho y se gasta toda la pensión en vodka, da conversación a los viejos que pasan las horas en soledad, aún estando acompañados, intenta hacer el papel de padre o tio de Timur, el hijo de la mujer de la que está enamorado, Irina, de quien interpreta equivocadamente cada palabra y cada gesto. El soñando con su amor, y ella soñando con irse a la ciudad. Imposible conciliar ambos sueños.

Hay que decir que Konchalovsky no utiliza actores profesionales. Son los propios habitantes del pueblo quienes se interpretan a sí mismos y nos permiten adentrarnos en sus poco envidiadas vidas. Y así, de un modo pausado, y con la presencia deslumbrante de la naturaleza, asistimos al devenir cotidiano de una gente que vive con las costumbres de hace décadas. Arrugas, soledad y derrota, en un entorno de increíble belleza.

Es una película puramente contemplativa, de estética cuidada y hecha con más ternura de la que llega a transmitir. El personaje del cartero, el humor soterrado y los magníficos paisajes no son suficientes para que la película coja vuelo. A mi me gustó, la disfruté mientras la vi, pero no me dejó un gran poso. No hay crítica social ni un gran estudio del alma humana, y la mezcla de documental y ficción no llega a funcionar del todo, a mi juicio.

Y es una pena, porque “El cartero de las noches blancas” cae bien. Ese submundo de personas derrotadas, para quienes la vida es simplemente un conjunto de días que pasan, uno detrás de otro, con monotonía y sin ilusión, merecía algo más de garra. Y ese cartero tan torpe como bienintencionado, capaz de vencer al vodka pero incapaz de enamorar a una mujer, tendría que habernos llegado más adentro.
keizz
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