Todos aquellos que alucinamos con esta soberbia película de Miyazaki tenemos dificultad para explicarle a los demás porqué es tan buena, ya que su guión es realmente minimalista, y la historia, contada de palabra, parece bastante infantil.

Pues bien, para mí la clave está en sus personajes. La construcción de los personajes que hace el maestro japonés a base de diálogos y acontecimientos es realmente maravillosa. Un ejemplo para todo aquel interesado en cómo se crea un personaje en cine. Desde Mei y Tsatsuki, las niñas protagonistas, hasta los secundarios, como su padre o los vecinos de ese bucólico campo japonés de los 50, cuentan con escenas maravillosas en la película, en las que se vislumbra el fondo del alma de cada persoaje.

Las dos protagonistas están recreadas con un mimo y un detalle en su forma de ser y actuar que en ningún momento dudamos de que Mei y Tsatsuki existan de verdad: son niñas de carne y hueso. Ni la más precoz de las actrices "de verdad" podría jamás aproximarse a la interpretación de estos dos personajes, de los que uno queda encandilado al momento.

De nuevo Miyazaki, como quien no quiere la cosa, con un cine sencillo, sobrio, y sin pretensiones aparentes, nos deja otra maravilla del séptimo arte que, algún día, será valorada como merce.