Clint Eastwood nunca antes antes había hecho una película tan ambiciosa y con tantos medios. Lo ha hecho a los 76 años. Y ha vuelto a resolver con éxito todo el asunto.
La película esta narrada en diferentes espacios tanto físicos como temporales. Y en casi todos ellos lo hace con enorme talento, como solo él sabe hacerlo.
La mejor parte de Banderas de nuestros padres es la puramente bélica, que transcurre durante la toma de la isla de Iwo Jima. Se ha repetido hasta la saciedad que esta parte recuerda a la película de Spielberg Salvar al soldado Ryan. Puede ser, pero eso no es ni mucho menos algo malo, ya que en mi opinión está a la misma altura. Visualmente asombrosa e impactante, narrativamente sólida y emocionante, es sin duda lo mejor de la película.
La segunda parte es aquella en la que se cuenta como fueron recibidos en su país los supuestos héroes de Iwo Jima. Envueltos en una recreación histórica portentosa, Clint Eastwood hace una reflexión hermosa y contundente de lo que realmente son y representan los héroes.
La tercera parte se desarrolla en la actualidad, en la que el hijo de uno de estos héroes recuerda a su padre ya fallecido. Aunque emocionante, es quizás la parte menos lograda y rompe en más de una ocasión con el ritmo de la historia.
Posiblemente sea en el apartado interpretativo donde más cojea la película, ya que aquí las interpretaciones no pasan de correctas.
Mención aparte para la soberbia fotografía de Tom Greene y la bonita partitura de Clint Eastwood (sabe pocas notas, pero las usa con muchisimo gusto)