Seguramente viendo La noche de los muertos vivientes hoy en día por primera vez no se tenga, ni de lejos, la sensación que esta película debió provocar en el público en 1968. Nada de lo que el cine de terror había ofrecido hasta entonces se parecía en lo más mínimo a esta película.
La historia comienza con fuerza, y además en un cementerio. Dos hermanos acuden a poner flores en una tumba. Él bromea con la posibilidad de que alguien les ataque, y ella se enfada asustada. En ese momento aparece alguien. Y les ataca. El muere, ella huye. Y ahí comienza un acoso que durará toda la película.
Uno de los mayores aciertos de la película es la atmósfera que se crea. Malsana y agobiante. Al final tenemos varios personajes encerrados en una casa, protegiéndose de los muertos vivientes que les acosan. Pero el ambiente dentro de la casa no es más agradable que en el exterior.
La noche de los muertos vivientes ofrece terror, sustos y resulta inquietante. La secuencia en la que varios zombies devoran trozos de carne humana es impactante. Pero además de todo esto, que puede resultar obvio, la película ofrece una lectura bastante interesante acerca del comportamiento humano, y en ese sentido el final resulta demoledor.
Si con todo esto no le he dado mayor puntuación es porque hay momentos en que la pobreza de recursos narrativos es notoria, porque hay situaciones en el interior de la casa que se alargan demasiado, porque la música a veces se come a las imágenes, y porque el nivel de los actores (especialmente la protagonista) no es especialmente elevado.
En cualquier caso, y pese a sus numerosos fallos, La noche de los muertos vivientes abrió la puerta a una nueva forma de hacer cine de terror, que posteriormente se ha utilizado hasta la nausea, y lo hizo de forma cortante y directa.