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Tajikistan Tajikistan · Demonlandia
Voto de Neathara:
9
Ciencia ficción. Drama Futuro, año 2000. En la megalópolis de Metrópolis la sociedad se divide en dos clases, los ricos que tienen el poder y los medios de producción, rodeados de lujos, espacios amplios y jardines, y los obreros, condenados a vivir en condiciones dramáticas recluidos en un gueto subterráneo, donde se encuentra el corazón industrial de la ciudad. Un día Freder (Alfred Abel), el hijo del todopoderoso Joh Fredersen (Gustav Frohlich), el hombre ... [+]
25 de octubre de 2009
57 de 98 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayer por la noche tomé un vuelo Amsterdam-Madrid con la mala suerte de pillar una escala en un Boeing de procedencia de Shangai, mayormente cargado de chinos muy perjudicados por el jet-lag y en petit comité, una horrenda camarilla de matrimonios andaluces que venían de comprar niños en aquellas exóticas y lejanas tierras. Como durante toda mi vida he tenido muy buena suerte, esa fue la noche en la que el destino decidió cobrarme la deuda kármica acumulada y me otorgó puesto de honor en la siguiente disposición de asientos:

Señor- Andaluz con niño chino - Su doña.
Señor- Yo - Andaluz con niño chino
Señora- Andaluz- Andaluza con niño chino

Es decir, en la proporción distributiva del avión y teniendo en cuenta que podrían haber tocado a 0,0000001 bebés chinos por pasajero, acaparé el noventa por ciento de la tómbola.

Los ingratos bebés, nada conscientes de proceder de un país de digna cultura milenaria, no se privaron de gimotear como gatitos enajenados durante todo el coñazo de vuelo. Uno delante, uno detrás y otro a la derecha. Los padres ejercían toda su paciencia tratando de calmar a las histéricas crías a la par que hablaban a gritos con los padres circundantes que asimismo habían adquirido a sus nuevos niños en el mismo lugar de origen. La tripulación, holandesa, se miraba de reojo y reía entre dientes y nosotros dudábamos entre si ahogar a los niños, a los padres o tirarnos por la puerta de emergencia más cercana para poner fin a tanto sufrimiento.

Al borde ya del colapso, saqué el ordenador que llevaba conmigo y abrí la carpeta de las películas. No sé porqué elegí "Metrópolis", quizás porque era muda y no estaba yo para trasegarme diálogos profundos. La abrí, con la intención de dormir un rato con otro sonido que no fuesen los berridos de los niños, los ceceos a voz en cuello de los padres y los ronquidos de los millones de chinos jet-lagueados que venían detrás.

Dos horas después, cuatro pares de ojos seguían clavados en la pantalla de mi portátil. Un alemán que tenía a mi izquierda, el padre andaluz, el bebé chino y yo. Mis otros bebés seguían chillando, pero ese sonido de repente había pasado a una dimensión planar diferente y ya no eran molestos. Yo podía escuchar la música con los cascos, pero ellos no y sin embargo, no apartaron la vista, como si una fuerza sobrehumana les tuviese agarrados del cuello. Y el bebé lloró sólo cuando hube cerrado la tapa del portátil clausurando aquel fascinante ballet de máquinas.

Hoy he terminado de verla ya desde mi casa y aunque el final me resultó un tanto pequeño para tanta densidad y tamaño, pienso en que esas imágenes sirvieron para mantenernos aislados del mundo durante dos horas completas y que eso, se mire por donde se mire, es un milagro.
Neathara
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