Todavía no sé bien cómo valorar esta película. Lo primero que se me viene a la mente son imágenes blancas, muy blancas, tremendamente saturadas, y el sonido repelente del puñetero teléfono que no paraba de sonar, se me ha quedado grabado en la cabeza.
Esta opera prima del que sin lugar a dudas es mi director predilecto (con permiso de Tarantino), es agobiante, asfixiante, amenazadora y rara, muy rara. Pero es que a mí me gustan las películas así, qué le voy a hacer, las comedias absurdas y facilonas no están hechas para mí.
Lo que más me ha gustado es que, durante su escasa hora y media, no ha dejado de recordarme a mi película fetiche, Requiem por un sueño. Esa música hipnotizadora (se nota que es el mismo músico, Clint Mansell), esos movimientos de cámara, los primeros planos de las pastillas, la paranoia interior del protagonista y, sobre todo, esas alucinaciones del principio con la puerta. Una delicia para mis sentidos.
Lo peor (que para mí no es tan grave): es una obra bastante compleja que posiblemente el gran público no esté dispuesto a aceptar, por falta de paciencia o porque no está educado en cine como éste.
Para mí, de notable. Pero es que estamos hablando de Darren Aronofsky, yo nunca le voy a dar menos de un notable.