Tal parece que al cine independiente siempre le da, a la hora de hablar de romanticismo, por argumentos con finales tristes y angustiosos que te hagan replantearte si aquello que llamamos amor -y que Hollywood insiste en confundirnos- existe.
Así como otras cintas de cine independiente nos muestran que el amor que nos enseñaron las películas de Disney sólo existen en las canciones pop (y en nuestra imaginación), Holdridge intenta acercarse a la realidad, esta vez desde el mejor de los escenarios para hablar de amor, el infinito Hollywood, donde nada parece real. Y si Holdridge intenta acercarse a la realidad, lo consigue, en blanco y negro, con una realidad preciosa que se muestra no desde el minuto uno con una decadente descripción del protagonista Wilson, sino a la media hora, cuando los personajes se envuelven en un mundo que solapa al cotidiano, que te sumerge en el argumento con brutal sinceridad y con absoluta tenerza, sin caer en guión fácil en ningún minuto, construyendo una historia de hermosa fotografía, y perfectos y sinceros diálogos, que te permiten de nuevo creer en eso que entendemos por amor (al único y real), sea cómo sea su final.
Si a todo esto, se le suman infinitos detalles que rebosan originalidad y buen gusto y una interpretación rebosante de naturalidad, el resultado son 90 minutos de puro disfrute personal que te enternecerán hasta el mayor sentimiento de angustia, haciéndote pensar que si el futuro está en el aire, vientos de cambio soplarán.

Imprescindible verla, al menos, una vez.

PD: A. Holdridge creó algo mejor que J. Cameron con una diferencia de presupuesto que asusta a cualquiera. Menos mal que la creatividad no depende del dinero.

Genial, 9.