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7
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20.062
Ciencia ficción
Fahrenheit 451 es la temperatura a la que arde el papel de los libros. En un futuro opresivo Guy Montag, un disciplinado bombero encargado de quemar los libros prohibidos por el gobierno, conoce a una revolucionaria maestra que se atreve a leer. Poco a poco Guy comenzará a tener dudas sobre su libertad intelectual, y sobre el precio que esta libertad tendría sobre su seguridad personal. (FILMAFFINITY)
27 de febrero de 2008
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Convivencia acertada de la incertidumbre de la anacronía, ya que existe una ruptura temporal en la narración situada la acción en un futuro cargado de detalles de los años cincuenta y sesenta, y distopía, pues la realidad transcurre en los términos invertidos a los de una sociedad idílica, es decir, en una sociedad opresiva, totalitaria e indeseable con bastantes avances tecnológicos, eso sí.
Algunas personas que ya han logrado viajar a universos similares a éste , han podido recoger testimonios directos. Yo soy una de ellas. A continuación relato lo que mi menté captó de los pensamientos de un humano corriente de Fahrenheit 451 en el momento del visionado cuya identidad, por motivos de seguridad, mantendré en el anonimato:
Algunas personas que ya han logrado viajar a universos similares a éste , han podido recoger testimonios directos. Yo soy una de ellas. A continuación relato lo que mi menté captó de los pensamientos de un humano corriente de Fahrenheit 451 en el momento del visionado cuya identidad, por motivos de seguridad, mantendré en el anonimato:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
“No hace faltar tener la mente ocupada con las nimiedades absurdas de los mundos irreales que se fabrican individualmente en los libros. Y si leer es un delito, el individualismo lo es también. Y quizá más. Quien lea, a destrozar su casa y su vida. Y si es una anciana risueña que además de vivir sola, o sea, además de ser individualista, tiene una gran biblioteca escondida para traficar o, para algo peor, para leerla, pues se la deja arder con sus demoníacos libros. Todo. Desde Edgar A.Poe hasta Orwell. ¡Y cuantos más quememos, menos quedarán y más felices seremos todos porque así ya no existirá nadie más listo que nadie ya que nadie y nada más que nadie habrá leído un libro en su gregaria y, por lo tanto, feliz, súper-feliz vida!¡Oh!¡Cuán felices seremos todos los ciudadanos cuando no sepamos qué tontería significan las dos rallas negras mal hechas de los sobres de azúcar. Y nos reiremos de ellas mientras comemos pastillas pero no masticando, sino engullendo, como los patos, porque así comeremos más. Sí. Pertenecen a una sola persona. Por ello, también, son detestables. No me hace falta leer ningún para saber que hago bien quemándolos. Pero, ¿qué estoy haciendo? ¡Estoy pensando demasiado! ¿Dónde están las pastillas verdes? He de poner la telepantalla, mi mujer va a salir hoy en La familia. He de ser un buen marido. ¿Y la pastilla verde? He de ser buen marido estando con mi mujer mientras habla para todos. ¿Dónde estás, pastillita? A lo mejor viene algún amigo y así seremos más. ¡¿Y la maldita pastilla verde?! Oh, la tenía en la mano todo el tiempo, qué tonto.”
Escogí exclusivamente a éste porque era de los pocos que pensaban tanto: nombró a dos literatos. La mayoría de aquellos ciudadanos no lo hacían muy a menudo y cuando les comprendía algún pensamiento eran palabras sueltas que reflejaban instintos repentinos como “váter”, “comida”, “familia”, “amigos”, “felices”, etc. Inclusive este mismo ser que ha dado su testimonio ha dejado de pensar en el momento de tomar la pastilla verde. Y tendrá todos los frascos que pueda comprar. Son legales y las hay de todos los colores con sus efectos correspondientes: para coger sueño, para estar activo, para alucinar, etc.
El hecho de crear una especie de droga permitida es verosímil ya que es real en nuestro mundo, y en mayor medida. El ya citado Orwell propuso la ginebra y Aldous Huxley, las tabletas. No es, por tanto, nada nuevo y que sin embargo sirve para dar fuerza a la obra haciendo que algún personaje (la mujer de Montag) esté enganchada a las pastillas del señor Truffaut (no digo que sean suyas sino que son fruto de su invención: no la idea, sí el formato. Y tampoco de Truffaut, sino de Bradbury).
Me alegra saber que ésta fue una de las musas que inspiró a Terry Gilliam en Brazil.
Escogí exclusivamente a éste porque era de los pocos que pensaban tanto: nombró a dos literatos. La mayoría de aquellos ciudadanos no lo hacían muy a menudo y cuando les comprendía algún pensamiento eran palabras sueltas que reflejaban instintos repentinos como “váter”, “comida”, “familia”, “amigos”, “felices”, etc. Inclusive este mismo ser que ha dado su testimonio ha dejado de pensar en el momento de tomar la pastilla verde. Y tendrá todos los frascos que pueda comprar. Son legales y las hay de todos los colores con sus efectos correspondientes: para coger sueño, para estar activo, para alucinar, etc.
El hecho de crear una especie de droga permitida es verosímil ya que es real en nuestro mundo, y en mayor medida. El ya citado Orwell propuso la ginebra y Aldous Huxley, las tabletas. No es, por tanto, nada nuevo y que sin embargo sirve para dar fuerza a la obra haciendo que algún personaje (la mujer de Montag) esté enganchada a las pastillas del señor Truffaut (no digo que sean suyas sino que son fruto de su invención: no la idea, sí el formato. Y tampoco de Truffaut, sino de Bradbury).
Me alegra saber que ésta fue una de las musas que inspiró a Terry Gilliam en Brazil.