Moretti recorre kilómetros y kilómetros viendo edificios y barriadas creadas en los años 30, 40, 50, especialmente a partir de los años 60. Al mismo tiempo habla con la gente y nota en ellos cómo ese desarrollo los está manipulando y cambiando sus valores morales. Los herederos de esos constructores viven en los mejores chalets con perros guardianes, y el resto de la gente copia ese modelo de vida. ¡Todos quieren ser pequeño-burgueses! En el camino van quedando los viejos valores y las viejas solidaridades. ¡Qué va a ser de Italia!

En las islas sucede algo parecido, los padres son dominados por los hijos, los alcaldes buscan renovarlo todo y la gente presume de leer a Cicerón y otros iconos citados por la aristocracia intelectual. La vida es seguidismo puro y duro. Esa pérdida de dominio y autosuficiencia de la gente se refleja especialmente en la dependencia obsesiva de los médicos, auténticos dioses de la medicina para nosotros, pobres mortales.

Al mostrarnos todo esto Moretti se convierte en algo más que un cineasta. Se muestra como un tipo cínico, un tanto gamberro (incluso prepotente en algunas escenas) que desnuda de manera graciosa las miserias mentales en las que se cimenta nuestro modelo de vida.