La primera reacción de muchos de nosotros después del magnífico final que fue “Toy Story 3” al anunciarse esta cuarta entrega fue “¿para qué? ¿es necesaria?”. Por supuesto que no era necesaria, como, aunque nos duela, absolutamente ninguna película. ¿Qué para qué? Para contarnos una entretenidísima historia que poco o nada recicla de sus antecesoras, aunque las complementa en cierta medida.

Woody se ha entregado por completo a su nueva dueña, convencido de que el deber de todo juguete es asegurar la felicidad del niño al que pertenece. Está vez incluso está más que dispuesto a asumir su rol de secundario, agravado con la llegada de su nuevo compañero, Forky. Pero antes o después tendrá que enfrentarse a la dura realidad, que su nueva dueña no es Andy y que es hora de dejar el pasado atrás y abrirse a horizontes nuevos. Está película, más que disfrutable para los más pequeños, pero claramente pensada para un público mayor (como viene siendo costumbre por parte de Pixar) nos habla de avanzar, no de terminar un ciclo y comenzar otro exactamente igual, si no de asumir que el final ha llegado para siempre y de nada sirve intentar repetir esas vivencias que no volverán, privándose así de la oportunidad de descubrir otra gran versión de nosotros mismos.

Añadámosle la gran cantidad de personajes secundarios presentados que, además de ser muy divertidos, sirven, en muchos casos, para tocar más temas muy maduros.

Todo esto servido en una aventura emocionante y muy bien estructurada, en la que solo te puedes tomar algún respiro para reírte a carcajadas. A destacar también el potente poderío visual.

Una de las imprescindibles de este año.