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España España · Móstoles
Voto de lyncheano:
10
Comedia. Drama Medio-oeste americano, 1967. Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) es un profesor de física que ve cómo de la noche a la mañana su vida se derrumba. Es un hombre bueno, un marido fiel y afectuoso, un buen padre y un profesor serio, pero, de repente, todo en su vida empieza a ir mal. Su mujer lo abandona sin explicaciones, y el amante de ella lo convence para que deje su casa y se mude a un motel por el bien de los niños. Además, su carrera ... [+]
25 de enero de 2010
273 de 324 usuarios han encontrado esta crítica útil
La broma judía de los Coen tiene esa cualidad mágica que habita en la azotea del cine actual y rasca con los dedos estirados el concepto de maestría, provocando que les perdonemos al instante, como tantas otras veces, las tonterías que asiduamente vienen realizando desde los albores de su carrera. Este Serious Man es el anverso de la moneda que hace tiempo lanzaron al aire los hermanos, y que primero cayó del lado de Barton Fink. Si aquel era un judío altivo que escribía para confirmar su estátus de superhombre que miraba por encima del hombro al vulgo social, este que ahora nos ocupa es un judío reprimido que forma parte de ese vulgo y ni intenta ni desea estar por encima de nadie. Si al primero lo pisaban por querer asomar la cabeza y le dejaban claro que su lugar estaba entre la gente sin talento reconocido, a este le pisan (y retuercen el tacón sobre su cadáver) por ser un pusilánime amante del nonadismo, amparado en la Ley de un Dios judío que está demasiado ocupado no existiendo. En esta ocasión, la cinta, que comienza con un cortometraje que es una píldora del carácter lúdico, enigmático y absurdo de lo que vendrá a continuación, se fundamenta en el humor, la exasperación y la exageración de todos los elementos que la configuran (situaciones, caracteres y actuaciones). Todo esto, que no es más que la definición del cine de los Coen, sublima en el momento en que estos deciden ir un paso más allá y dejar claro que se trata de una obra mayor, una obra de calado. Y la fundamentan en la broma y en la sobreinterpretación, una perfecta simbiosis que puede hacer de nosotros, como espectadores, unos estúpidos pedantes que no sepamos encajar bromas, o unos cachondos sin cerebro que no sepamos leer entre líneas. No hay término medio. Pedes ver un mensaje oculto entre las filas engarzadas de números y letras que doblan el cuadernito del hermano patizambo, o en las muelas yiddish del gentil que acude a la consulta del dentista, así como un lema sagrado en la letra de la canción de los Airplane. Pero no hay nada. Es una broma. Como también parece una broma que los fieles se puedan creer esas palabras vacías de los rabinos sobre aparcamientos y perspectivas. En ellas no hay más encriptación divina de la que pudiera sugerirnos la desorientación de un burro en un garaje. Todos estamos perdidos, y si no hacemos nada más que aceptar las cosas como vienen y achacarlo indefectiblemente a la voluntad de Dios, acabaremos siendo recompensados con un montón de la misma mierda. Suprimir la propia voluntad es la mejor manera de afrontar las calamidades si uno vive en una parcela sin vallar. Por no hacer nada es por lo que se nos castiga, aunque no lo sepamos ni lo podamos entender. Son designios de la Voluntad de Dios y no hay nada que podamos hacer al respecto. ¿O quizá es que no hacer nada es lo más fácil?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
lyncheano
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