Aunque muchos detalles parecen forzados a lo "peliculero", la serie cuenta con guiones más que aceptables y una irresistible mezcla de suspense, humor y crónica de la España de los 1960s. Lo más impagable es la buena recreación de cómo las élites políticas, económicas y religiosas manejaban el país entero a su antojo, y el sentir la humillación, para un informador público, de la censura, de ver cómo te permiten publicar sólo lo que a los poderes les interesa, el tener que aguantar día a día en tu trabajo a un fantoche que te controla, que te asfixia mientras contemplas cómo las investigaciones de la policía y las versiones oficiales de los hechos falsean la verdad para acomodarla a lo que interesa a los citados poderes, sacrificando, de paso, la justicia y a cualquiera que le haya tocado enmedio o se ponga delante.
También destaca la naturalidad de las interpretaciones y la habilidad de los guionistas para manejar en cada capítulo varias líneas paralelas, aparte de ahondar en los protagonistas y las complicadas relaciones entre ellos. Manejan dos tipos de tensiones: los casos específicos de cada capítulo, que se anudan y se enredan para ser hábilmente desenredados con rapidez al final, como hacen los buenos suspenses, y las distintas tensiones latentes entre personajes fijos, que perduran a lo largo de los capítulos. Luego está añadido ese gancho que planea siempre por los episodios, del "asesino del rosario", una especie de fantasma claramente entroncado en las altas esferas, que se cuela en cualquier casa, hace lo que quiere y nadie le ve nunca, que es de lo más "peliculero" a que me refería, pero de indudable valor para dar continuidad al suspense a través de los episodios y para realzar el hecho de que una dictadura implica la existencia de elementos intocables por definición, hagan lo que hagan, dentro o fuera de la ley. Esperamos la continuación.