Molly's game

Entro en la sala con la esperanza de ver una buena película. Siguiendo mi vieja costumbre, he leído algunas críticas y, aunque no siempre coinciden, parece que esta vez la opinión de los entendidos invita a un razonable optimismo.
A los pocos minutos de proyección ya tengo el firme convencimiento de que lo que voy a ver en las próximas casi dos horas y media va a amortizar, y con creces, el precio desorbitante que han alcanzado útimamente las entradas de cine. Y es que Aaron Sorkin, figura de gran prestigio como guionista y productor ejecutivo en series de gran éxito -sirva como muestra "El ala oeste de la Casa Blanca"- ha realizado en "Molly's game" un extraordinario trabajo, entretenido, hipnótico y de tan poderosa fuerza narrativa, que hará difícil que el espectador más exigente se desentienda de la trama incluso en su momento de mayor abatimiento. Y asombra que, a pesar de su brillante curriculum, sea esta la primera vez que Sorkin se coloque detrás de las cámaras como director de cine. No podía ser más afortunado, créanme, el despegue de este brillante cineasta que ahora sí se hará visible para el gran público.
No voy a darles demasiadas pistas, tan solo decirles que la historia está basada en hechos reales y que su personaje central, Molly Bloom, cuerpo y alma viva de la narración, está maravillosamente interpretada por la seductora, magnética y atractiva actriz en la que se ha convertido Jessica Chastain. Su actuación te atrapa desde el primer instante, te transmite la vigorosa personalidad de Molly, la inquebrantable determinación de sus decisiones, su deslumbrante inteligencia con tal poder de persuasión que te enamora e inmoviliza en la butaca sin permitirte apenas el más leve pestañeo.
Los diálogos son condenadamente lúcidos, se suceden vertiginosamente encadenados uno tras otro hasta producirte la sensación de estar girando en una atracción de feria, en donde no faltan la ironía y, a veces, un ácido y amargo sentido del humor. No existe rastro de impostación, ni la sospecha de estar ante un artificio tramposamente manipulado, al contrario, es una cinta rotundamente veraz, sus personajes respiran autenticidad, es sumamente emotiva y garantiza al espectador un vivificante chute de adredalina
Y si, además, al abandonar la sala y guiados por la curiosidad, se animan más adelante a ver "El crisol" -aquel magnífico filme que realizó Nicholas Hytner en el 96 e inspirado en la obra de Arthur Miller "Las brujas de Salem"-, miel sobre hojuelas, porque encierra la cruel metáfora que nos sirve de referencia para entender mejor la causa que valientemente defiende Molly Bloom.

Emilio Castelló Barreneche