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España España · Barcelona
Voto de Rómulo:
8
Drama Una pequeña ciudad alemana, poco tiempo después de la I Guerra Mundial. Anna va todos los días a visitar la tumba de su prometido Frantz, caído en la guerra, en Francia. Un día, Adrien, un misterioso joven francés, también deja flores en la tumba. Su presencia suscitará reacciones imprevisibles en un entorno marcado por la derrota de Alemania. (FILMAFFINITY)
15 de enero de 2017
27 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Frantz

Es probable que exista gente en el mundo, incluso de apariencia normal, que ha sobrevivido con razonable naturalidad sin haber visto "Remordimientos", aquel angustioso drama profundamente humano que Ernst Lubitsch filmó hace ahora 85 años. "Frantz", la versión que hoy reseño, sigue sus huellas pero no es una copia, o un "remake", como se dice ahora, de aquella. Tal vez sí una aproximación en la que el reconocidísimo director francés Fraçois Ozon, convertido en uno de los directores más cotizados del cine francés y al que afortunadamente descubrí en la cinta "En la casa", imprime su personalísimo sello distanciándose de Lubitsch prudentemente con un guion que sorprende y seduce desde el principio por su inteligente ambigüedad. Sutileza, elegancia, sobriedad, sean quizá calificativos de muy corto alcance para describir esta maravilla que acabo de ver.
Porque "Frantz" es uno de esos milagros que, de cuando en cuando, sacude nuestros sentidos, despierta la conciencia que el sopor de una despreocupada existencia mantiene anestesiada o nos golpea inmisericorde en esa zona apacible del alma que mantenemos protegida y al resguardo de la intemperie. Ozon nos estremece sin estridencias, con pausada serenidad y nos contagia todo el dolor, la tragedia y el arrepentimiento que puede tolerar un ser humano para finalmente encontrar su propia redención en el perdón. No hay trampas, ni guiños cómplices, estamos ante una realización airada pero contenida, asombrosamente equilibrada bajo la batuta de una dirección que no pierde la fe en sus frágiles y atormentadas criaturas. Un drama antibelicista que deja al descubierto nuestro estúpido comportamiento, ridiculiza nuestra ceguera -secuelas posiblemente de una educación tan anómala como extraviada- para convertir a seres humanos que comparten idénticos anhelos y preocupaciones en enemigos irreconciliables, envìados al gigantesco matadero de una guerra brutal cuyo saldo no fue otro que millones de cadáveres esparcidos sobre las tierras, ahora yermas, de dos países vecinos: la dulce Francia y la laboriosa Alemania.
Ozon filma en un nítido y luminoso blanco y negro. Puntualmente, de forma casi imperceptible, como la piel de un camaleón, colorea la pantalla con tonos pálidos y suavemente difuminados. La ambientación -el comienzo de la historia se sitúa en un pueblecito alemán en 1919 recién terminada la Gran Guerra- es sencillamente perfecta mientras violín y piano, solos o acompasados, nos acompañan en delicadas composiciones de Chopin o Chaikovsky cuando no las del propio director musical Philippe Rombi.
¿Y quién es esa aparición, cuándo descendió a nuestro infierno terrenal ese ángel berlinés de apenas 22 años al que yo desconocía? Con qué soberbia seguridad Paula Beer da vida a la desolada Anna y con qué descarado oficio defiende, a pesar de su edad temprana, a este personaje. Sin un sola expresión de más, su rostro, dulce a veces, acerado otras, pero siempre cautivador, es una luz de infinito poder que brilla a través de su desgarradora mirada. Tampoco le va a la zaga el también joven actor francés y ya consagrado Pierre Ninev en el papel de Adrien y que dio vida a Yves Saint Laurent en aquel biopic del famoso diseñador producido hace ahora tres años. Ninev es un hombre de apariencia extraña y gran personalidad, alto, elegante, de tez lívida, aflautada, con cierto aire descuidado que nos recuerda a algún personaje salido de una pintura del romanticismo. Ambos, sin duda, forman una formidable pareja que se muestra imbatible en esta admirable película.
Y yo, mis queridos amigos, qué puedo decirles. En esta noche de frío invierno, regreso al calor de mi casa con el ánimo de los grandes días, aquellos en los que el espíritu rebosa satisfacción después de haber tenido la inmensa dicha de contemplar, desde la oscuridad de una sala, el resplandor de las estrellas.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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