Altman coordina un complejo ejercicio de puesta en escena y de coreografía. Él es el amo absoluto de una trama donde los personajes y las relaciones entre ellos no sobran precisamente. Lo controla todo perfectamente, aunque a veces su narración, por trabajar con demasiados elementos, se torna confusa.

Poco a poco, Altman nos introduce en el mundo de sus personajes (tanto en el de la aristocracia como en el de la servidumbre), hasta el punto de que en el momento del recital pianístico nosotros sintamos la misma tranquilidad que sienten tanto los criados como los ricachones.

Por momentos el ritmo decae. Los actores están bien, la banda sonora es preciosa, y el trabajo de ambientación es sobresaliente. Quizá el nudo de la historia se hace esperar, y después de éste, se desaprovecha la investigación policial.

Aun así, Robert Altman consigue una película de buena factura que consigue retratar y captar la esencia de dos grupos sociales tan parecidos como diferentes.