Con elaborada factura y descuidado guión, es evidente que los elementos de la historia no son ya nuevos en el cine de Argento, para una desquiciada trama sostenida a duras penas, pero que sin embargo está magistralmente realizada.

El principio es potente durante la sesión telepática, más después decae para resurgir a partir de la excelente secuencia del pianista componiendo en su casa (un observador David Hemmings que a veces parece reflejar su personaje de Blow up), entonces se entra de lleno en un arrebatador despliegue visual, con el espectacular uso de la obsesiva música.

La absorbente visita a la mansión abandonada o los asesinatos espectacularmente morbosos son puntos álgidos dirigidos mediante una depurada puesta en escena, derrochándose la gran imaginación estética de este atípico cineasta.