Será que series como Mad Men o Downton Abbey me están poniendo el morro fino, pero no lo creo. He visto mucho cine clásico en mi vida como para saber lo que es bueno y me da pena decir que este último film del maestro Scorsese no está a la altura.

Después de la decepcionante “El lobo de Wall Street” por razones que no expondré, ahí está mi crítica en esta misma página web para quien la quiera leer, viene este también decepcionante film, aunque por razones muy distintas. Si el primero hay exceso poco creíble de todo, en el segundo hay una contención que lleva al aburrimiento.

El film es excesivamente plano, falto de intensidad, de giros dramáticos que le pongan un poco de salsa. Quizás en un film como este haría falta un protagonista con más garra, pero digamos que Andrew Garfield, a pesar de la fama que está adquiriendo, no se la da; literalmente se lo come, en las pocas escenas que comporten, Liam Neeson.

El protagonista es un personaje muy poco consistente; los diálogos teológicos o políticos entre el mandamás japonés y el sacerdote dejan mucho que desear, no atrapan la atención. El japonés cristiano que les ayuda a llegar a Japón es más bien una caricatura que otra cosa. Las escenas de martirio carecen de la intensidad que se les supone. Por último, no hablemos del fotograma final, por favor.

En fin, que estamos ante un film poco más que correcto; y al que le sobran treinta o cuarenta minutos para contar lo que quiere contar y al que le falta más profundidad, a no ser que se quiera entender como profundo la relación entre religión e imperialismo, tal y como se explica. Que conste que apostato de Scorsese de forma temporal, pues se trata de un gran director que ha hecho grandes películas, pero que lleva un tiempo por un senda poco acertada.