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Voto de Prudencia:
5
Ciencia ficción. Drama Futuro, año 2000. En la megalópolis de Metrópolis la sociedad se divide en dos clases, los ricos que tienen el poder y los medios de producción, rodeados de lujos, espacios amplios y jardines, y los obreros, condenados a vivir en condiciones dramáticas recluidos en un gueto subterráneo, donde se encuentra el corazón industrial de la ciudad. Un día Freder (Alfred Abel), el hijo del todopoderoso Joh Fredersen (Gustav Frohlich), el hombre ... [+]
17 de marzo de 2015
82 de 104 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiene razón Yanpol64 en su crítica de estas mismas páginas, con un guión como éste tan inconsistente, tan ingenuo, tan escasamente futurista, tan meapilas y tan derechista, es complicado entender las valoraciones, las puntuaciones y críticas, de excelencia, atendiendo sólo a las cuestiones formales o a las de su antigüedad. Tiene razón en que ese “futurismo” entre comillas más bien es oscurantismo supersticioso, retrógrado, puritano y moralista (en el peor sentido de la palabra, pues su “moral” es irracional y macabra). Alguien despistado podría argumentarme que se trata de una “distopía”, o sea, que se trata de recrear un futuro indeseable, de manera que ese oscurantismo siniestro tendría toda su razón de ser. Pero no, ya que los principios morales que la historia presenta como los valiosos y elevados son precisamente los de catadura esotérica, irracional, religiosa y fascista. Todos los principios derivados del racionalismo, de la ciencia, de la emancipación, de la rebeldía… son los que se presentan como los peligrosos y negativos. Efectivamente, el enfrentamiento social quedará solucionado al modo del corporativismo de los sindicatos verticales fascistas, creadores de una hermandad nacional, de una “hermandad” jerárquica entre la élite superior destinada a seguir arriba y la masa de trabajadores sumisos que, con alguna pequeña compensación, seguirán cumpliendo con sus esclavas ocupaciones (las máquinas del sistema no pueden detenerse). E insisto: ese pacto servil no se presenta en la película como lo indeseable y distópico, sino que se presenta como su idílico... (corto la frase para no caer en spoiler)...

Las mujeres que aparecen sólo son de cuatro tipos: un modelo es el protagonizado por una santa iluminada; el contrapuesto es el protagonizado por la figura de una viciosa malvada símbolo de la corrupta Babilonia; también aparecen al principio las aristócratas descerebradas; y por último, el grupo final de las obreras fanáticas. Si alguien despistado argumentara que hay que situarse correctamente en el contexto histórico del que nace esta distopía futurista, pues de nuevo se estaría confundiendo, ya que precisamente los Años 20 del siglo pasado fueron los primeros que vivieron una decisiva liberación femenina en todos los ámbitos, así que una escritora -que no fuese tan reaccionaria como Thea von Harbour- lo que podría haber extrapolado de las transformaciones sociales de su propia época, sería más bien un futuro protagonismo femenino muy diferente al de las obreras decimonónicas, al de las santas medievales, o a ese que contempla escandalizado la excepcionalidad de una mujer provocativa.

Ya, ya… por supuesto que uno debe de esforzarse en analizar las obras en su contexto (el miedo al comunismo y la polarización social de la República de Weimar), en comprender los límites y esquemas de otras épocas y sus expresiones artísticas, como esos actores sobreactuados y maquillados de gestos pueriles, etc. Pero me resulta imposible disfrutar del continente de una obra artística separándolo del tufo reaccionario y rancio del contenido. El histrionismo de los actores es chirriante (las pintas y gesticulaciones del protagonista son al principio especialmente ridículas); el propio futurismo tiene tremendos altibajos imaginativos desde el punto de vista del diseño y los efectos… de modo que las maquetas o la robot humanoide pueden ser magníficas, mientras que otras máquinas y trabajos no son siquiera ni de la década de 1920 (¡esa moda, esas avionetas, esas palancas y aspas movidas por tracción animal humana, esos oficinistas de lápiz y cuadernillo en mano! ¿Pero cómo no han acudido en tiempos tan futuros ni a los socorridos botoncitos que activen mecanismos en un santiamén?). Y tanto diseño arquitectónico moderno… para que en definitiva lo que los autores presentan como lo más bello e idílico de la historia ocurra bajo las arquivoltas medievales y bajo la protección de la bendita “Iglesia”. Glup.
Prudencia
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