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Voto de Sandro Fiorito:
9
7,4
55.629
Intriga. Cine negro. Drama
Una mañana, Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), después de visitar a su padre en el hospital, encuentra entre unos arbustos una oreja humana. La guarda en una bolsa de papel y la lleva a la comisaría de policía, donde le atiende el detective Williams (George Dickerson), que es vecino suyo. Comienza así una misteriosa intriga que desvelará extraños sucesos acontecidos en una pequeña localidad de Carolina del Norte. (FILMAFFINITY)
28 de enero de 2011
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida puede ser un lugar en el que nacer, vivir y morir. O un espacio temporal lleno de sensaciones y experiencias positivas y negativas en el que convivimos personas de la más dispar condición humana, social, ideológica o racial. Algunos tenemos sentimientos, soñamos y padecemos. Otros son capaces de alcanzar el más alto nivel de crueldad y perversidad posible, sin llegar a ser tocados por los remordimientos. Caminamos por un mundo de injusticias que se suceden diariamente, quedando el más desfavorecido casi siempre en el peor lugar, como si fuese arrastrado por la corriente, y el más hijo de puta de la Tierra rodeado de los más inmerecidos beneficios. En esta película tendremos la oportunidad de conocer a los dos bandos desde una perspectiva misteriosa, mágica y cargada de belleza, fruto de la excelente dirección del admirable David Lynch, que se consagraría en sus funciones el mismo año de la producción de esta cinta. Tras un guión de apariencia convencional, se esconden más interpretaciones y reflexiones de las que podamos palpar a primera vista, hablándonos esta historia de la vida, la muerte, la amistad y el amor desde una perspectiva que sólo Lynch consigue encuadrar.
Se abren las puertas de dos espacios diferentes -divididos por una línea muy estrecha- en nuestro planeta, el de las buenas personas y el de los seres inmundos, sin necesidad de recurrir al retrato más fiel de estos acontecimientos pero tampoco sin utilizar artificios que sumen demasiado melodrama a la cuestión. El argumento se desarrolla en la ciudad de Lumberton (Carolina del Norte, EEUU), una pequeña localidad maderera que se presenta desde unos magistrales títulos iniciales en los que se esboza la felicidad de sus habitantes al ritmo de la canción que da nombre a esta película, “Blue Velvet” (Bobby Vinton), bajo un cielo que brilla y transmite paz y prosperidad. Después, la cámara desciende hasta los infiernos, un jardín que bajo su verdoso y reluciente manto de césped cobija miles de cucarachas y otros desagradables insectos, que terminan siendo testigos del infarto que sufre un hombre mientras regaba felizmente sus plantas. Esta mordaz metáfora es la “línea estrecha” que divide los dos espacios que he mencionado al inicio de este párrafo. Ingresado en el hospital, el hombre recibe la visita de su hijo, Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), quien de regreso a su casa se entretiene en un descampado en el que acaba encontrándose una oreja humana. La recoge y la lleva a la comisaría local, atendido por Williams, un detective amigo de su padre. Jeffrey, interesado por el caso, acude a la casa de Williams, lugar en el que conoce a la encantadora hija del policía, Sandy (Laura Dern), con quien termina haciendo amistad. Ambos, empujados por su curiosidad y espíritu adolescente deciden investigar por sí mismos el crimen, adentrándose en un recóndito mundo lleno de sombras, intriga y peligros.
(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento por falta de espacio)
Se abren las puertas de dos espacios diferentes -divididos por una línea muy estrecha- en nuestro planeta, el de las buenas personas y el de los seres inmundos, sin necesidad de recurrir al retrato más fiel de estos acontecimientos pero tampoco sin utilizar artificios que sumen demasiado melodrama a la cuestión. El argumento se desarrolla en la ciudad de Lumberton (Carolina del Norte, EEUU), una pequeña localidad maderera que se presenta desde unos magistrales títulos iniciales en los que se esboza la felicidad de sus habitantes al ritmo de la canción que da nombre a esta película, “Blue Velvet” (Bobby Vinton), bajo un cielo que brilla y transmite paz y prosperidad. Después, la cámara desciende hasta los infiernos, un jardín que bajo su verdoso y reluciente manto de césped cobija miles de cucarachas y otros desagradables insectos, que terminan siendo testigos del infarto que sufre un hombre mientras regaba felizmente sus plantas. Esta mordaz metáfora es la “línea estrecha” que divide los dos espacios que he mencionado al inicio de este párrafo. Ingresado en el hospital, el hombre recibe la visita de su hijo, Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), quien de regreso a su casa se entretiene en un descampado en el que acaba encontrándose una oreja humana. La recoge y la lleva a la comisaría local, atendido por Williams, un detective amigo de su padre. Jeffrey, interesado por el caso, acude a la casa de Williams, lugar en el que conoce a la encantadora hija del policía, Sandy (Laura Dern), con quien termina haciendo amistad. Ambos, empujados por su curiosidad y espíritu adolescente deciden investigar por sí mismos el crimen, adentrándose en un recóndito mundo lleno de sombras, intriga y peligros.
(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
No soy amigo de las comparaciones, pero su trama me recuerda a la excelente obra de Alfred Hitchcock, “La ventana indiscreta”, en la que como aquí, sus dos protagonistas (y muy especialmente el masculino) se meten donde no les llaman con la intención de descubrir lo que a sus ojos merece ser destapado para solucionarse. La comparación entre ambas es sólo argumental, pues el espíritu y la intención de las dos citadas es muy distinto. Kyle MacLachlan, que apenas unos años más tarde haría el papel de su vida en la emblemática “Twin Peaks” (1990), encarna con desparpajo y calidad al protagonista de este “Terciopelo azul”, dibujando una gran expresividad que transmite la fascinación de su personaje. Laura Dern, con un papel de menor importancia consigue condensar en su rol una fuerte carga de emotividad, nacida principalmente de dos espléndidas escenas que la susodicha protagoniza (en una de ellas se habla de los sueños, algo que fascina a Lynch). Isabella Rossellini, en el papel de la enigmática cantante Dorothy Vallens, da todo un recital desde su afligido personaje: está espléndida. Dennis Hopper retrata la cara perversa y malvada de esos dos mundos que comentaba: su despreciable y fetichista personaje es arrollador y terrorífico, impulsado desde una interpretación gigante, completamente imprescindible. He quedado muy impresionado con su excepcional trabajo.
La banda sonora acompaña la ironía de este argumento desde la calidad de los compases de Angelo Badalamenti, compositor que firmaba su primera colaboración con David Lynch, una unión que se prolongaría hasta tiempos actuales. Temas añadidos como el ya mencionado “Blue Velvet” o el “In Dreams” de Roy Orbison (aparecido en una pintoresca pero maravillosa escena protagonizada por Dean Stockwell) se alternan con los originales escritos por Badalamenti, como la celestial, preciosa y extraordinaria “Mysteries of Love”, que se reproduce en dos versiones: la cantada por una divina Julee Cruise que ejecuta una de las canciones más bonitas que se puedan escuchar jamás, y la instrumental. También destaca el “Blue Star” con voz de la propia Isabella Rossellini. La fusión de David Lynch y Angelo Badalamenti siempre desemboca en una excelente utilización de la música sobre el carácter de una película, siendo éstos el dúo más efectivo en este apartado. Cada partitura, se funde con maestría sobre la escena que debe acompañar, haciendo de esta unión una magnífica lección de cómo transmitir al espectador toda una serie de emociones que se convierten en momentos inmortales, pasajes imprescindibles.
Gran película llena de reflexiones, matices, preciosas escenas, magnífico cine, tensión, magia, espíritu e ilusiones, y también de desasosiego y lecciones sobre la vida. Nos recuerda el horrible mundo que habitamos pero nos transmite la esperanza para cambiarlo desde nuestras acciones. Puede no ser, exactamente, una oda a la paz, pero al menos lo parece, a pesar de su lenguaje satírico y punzante.
La banda sonora acompaña la ironía de este argumento desde la calidad de los compases de Angelo Badalamenti, compositor que firmaba su primera colaboración con David Lynch, una unión que se prolongaría hasta tiempos actuales. Temas añadidos como el ya mencionado “Blue Velvet” o el “In Dreams” de Roy Orbison (aparecido en una pintoresca pero maravillosa escena protagonizada por Dean Stockwell) se alternan con los originales escritos por Badalamenti, como la celestial, preciosa y extraordinaria “Mysteries of Love”, que se reproduce en dos versiones: la cantada por una divina Julee Cruise que ejecuta una de las canciones más bonitas que se puedan escuchar jamás, y la instrumental. También destaca el “Blue Star” con voz de la propia Isabella Rossellini. La fusión de David Lynch y Angelo Badalamenti siempre desemboca en una excelente utilización de la música sobre el carácter de una película, siendo éstos el dúo más efectivo en este apartado. Cada partitura, se funde con maestría sobre la escena que debe acompañar, haciendo de esta unión una magnífica lección de cómo transmitir al espectador toda una serie de emociones que se convierten en momentos inmortales, pasajes imprescindibles.
Gran película llena de reflexiones, matices, preciosas escenas, magnífico cine, tensión, magia, espíritu e ilusiones, y también de desasosiego y lecciones sobre la vida. Nos recuerda el horrible mundo que habitamos pero nos transmite la esperanza para cambiarlo desde nuestras acciones. Puede no ser, exactamente, una oda a la paz, pero al menos lo parece, a pesar de su lenguaje satírico y punzante.