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Voto de claquetabitacora:
6
7 de octubre de 2016
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A la tercera va la vencida. Eso es lo que seguramente debió pensar Steven Soderbergh cuando decidió volver a reunir a todo el equipo para la última parte de la trilogía. Si bien es cierto que “Ocean’s twelve” (2004) se alejaba por completo de la tónica de la primera entrega, no se puede negar que dejó la sensación de que no era lo que se esperaba de ella como secuela. Sí, cierto, era un ejercicio de estilo completamente rompedor y que intentaba apartarse todo lo posible del tagline “más de lo mismo” pero no dejaba la sensación de producto divertido que había conseguido “Ocean’s eleven” (2001). Para no darse de bruces una vez más, Soderbergh deja en manos de Brian Koppelman y David Levien las riendas de una historia que no se centra en un robo para lucrarse. Ni tan siquiera para lucirse. No, aquí deciden conseguir la entrega más personal de todas. Reuben Tishkoff, el pater familias de Danny, sufre una estafa a manos de Willy Bank, un socio egoísta y prepotente que lo desplumará cual pollo dejándolo fuera del juego. Eso le llevará a sufrir un ataque en todos los sentidos hasta llegar casi al extremo de perder la vida. Lógicamente, ahora sí es algo personal, ahora sí hay que reunir a la “familia” para que todos a una desvalijen como sólo saben hacer ellos todo lo que adora Bank: su casino, sus joyas, su prestigio, destrozarle el ego y dejarlo sin nada. Por así decirlo darle el golpe de gracia.
El guión más sencillo no puede ser. Y en parte es lo mejor. No se puede negar que la película, desde un punto de vista cinematográfico, va a tiro hecho. Ya nos conocemos todos, sabemos de qué pie cojea todo el mundo y estamos al tanto de que aquí se viene para ganar. Así que para no andarse ni con zarandajas ni con milongas de medio pelo se decide despojarse de palabrería vacua, de postureo encantado de conocerse (aunque alguna pincelada hay, estamos hablando de ladrones elegantes) y se recurre al modus operandi de la primera parte para no tropezar en nada: alguien a quien despojar, un plan que ejecutar, un equipo que controlar y prever cualquier sorpresa para que nada se salga de madre. Si tienes la fórmula del éxito, ¿para qué cambiarla? Y eso es lo que hacen tanto los guionistas como el director. Claro, saben que entre manos tiene un producto cool, un título que va a tener como reclamo a los actores más atractivos del momento (Clooney, Pitt, Damon, etc) y aún así, ya en la primera escena, demuestra que él, como cineasta, es quien manda. Puede que estemos contemplando un título blockbuster pero aún así, sabiendo que es cine pop en todo su significado, decide apartarse un tanto de lo mainstream para jugar con la comedia y la sorpresa involuntaria en más de una ocasión [...].
Una de las cosas que más convence de esta entrega es que por un lado es despojada de historias secundarias. Como quien pule las aristas de algo y lo deja liso, sin nada que entorpezca. Aquí lo que importa es vengar un acto ruin hacia un personaje entrañable. Todo está centrado y focalizado en la planificación milimétrica de todos y cada uno de los apartados implícitos en un robo sólo que aquí es estafa pura y dura. Montar y planificar la puesta en escena de un auténtico engaño. Mientras tanto hay tiempo para dejar claro que los viejos ladrones se han quedado obsoletos en un mundo donde impera la tecnología, internet, todo lo que se mueve a través de una pantalla en un lugar que no está hecho para ellos, que los ha obligado a verse como glorias pasadas de moda. Lo que implicaba maquinarse un fuego de artificio ahora son las máquinas quienes dominan, quienes controlan, son el escudo que impide el ataque. Una forma como otra cualquiera que los tiempos han cambiado, que el cine de ladrones a la antigua usanza se está perdiendo. Para ello los guionistas deciden darle un vuelco a la trama para enfrentar la tecnología contra el ingenio, lo físico contra lo digital. Y ahí es donde la pandilla de Ocean logra un auténtico despliegue de virtuosismo entrañable donde cada miembro es una pieza clave de un engranaje realmente arrebatador. Soderbergh, con la pericia que siempre le ha caracterizado, va dejando que la cámara se pasee por todo el recinto y por todos los elementos que representan un casino hotel. Cada parte tiene su truco, cada cosa su lugar y cada elemento requiere un propósito. De ahí que dados, cartas, ruletas, máquinas, los dispositivos, etc. todos están al servicio del engaño más sutil, más preciso y más maquillado sin perder nunca el atractivo del propio lujo.
El director no deja nada al azar y como de lo que se trata es de conseguir dar un golpe humillante al villano da igual que el dinero vuele o desaparezca mientras el malo de turno reciba su merecido. Aquí lo único que prima es dar una lección a alguien que presume de no necesitarla. Por eso las escenas donde le hacen la vida imposible a la persona que controla que esté todo correcto en el hotel son las más divertidas. Se trata de deleitarse con la fechoría en vez de ir a contrarreloj. No se puede negar que aquí los actores actúan por instinto, ceñidos a una meticulosa puesta en escena y de ahí se desprende que sean personajes casi unidireccionales, sin muchos matices. Es como si lo que vimos en las entregas anteriores es más que suficiente para que los conozcamos de sobras. Por esa razón Catherine Zeta-Jones y Julia Roberts no aparecen en escena, ya no son la parte emocional romántica de los protagonistas y el personaje de Ellen Barkin es utilizada bajo la persuasión para conseguir un propósito en la escena más surrealista y menos acertada de todas aunque sea la más cómica por su paródico planteamiento (el maquillaje imposible de Damon da muestra de ello). Incluso tener a Pacino como el malo de la función no resulta suficiente pues se le nota entre incómodo y poco acertado, como si el traje de villano le resultara demasiado grande.
- continúa en spoiler -
El guión más sencillo no puede ser. Y en parte es lo mejor. No se puede negar que la película, desde un punto de vista cinematográfico, va a tiro hecho. Ya nos conocemos todos, sabemos de qué pie cojea todo el mundo y estamos al tanto de que aquí se viene para ganar. Así que para no andarse ni con zarandajas ni con milongas de medio pelo se decide despojarse de palabrería vacua, de postureo encantado de conocerse (aunque alguna pincelada hay, estamos hablando de ladrones elegantes) y se recurre al modus operandi de la primera parte para no tropezar en nada: alguien a quien despojar, un plan que ejecutar, un equipo que controlar y prever cualquier sorpresa para que nada se salga de madre. Si tienes la fórmula del éxito, ¿para qué cambiarla? Y eso es lo que hacen tanto los guionistas como el director. Claro, saben que entre manos tiene un producto cool, un título que va a tener como reclamo a los actores más atractivos del momento (Clooney, Pitt, Damon, etc) y aún así, ya en la primera escena, demuestra que él, como cineasta, es quien manda. Puede que estemos contemplando un título blockbuster pero aún así, sabiendo que es cine pop en todo su significado, decide apartarse un tanto de lo mainstream para jugar con la comedia y la sorpresa involuntaria en más de una ocasión [...].
Una de las cosas que más convence de esta entrega es que por un lado es despojada de historias secundarias. Como quien pule las aristas de algo y lo deja liso, sin nada que entorpezca. Aquí lo que importa es vengar un acto ruin hacia un personaje entrañable. Todo está centrado y focalizado en la planificación milimétrica de todos y cada uno de los apartados implícitos en un robo sólo que aquí es estafa pura y dura. Montar y planificar la puesta en escena de un auténtico engaño. Mientras tanto hay tiempo para dejar claro que los viejos ladrones se han quedado obsoletos en un mundo donde impera la tecnología, internet, todo lo que se mueve a través de una pantalla en un lugar que no está hecho para ellos, que los ha obligado a verse como glorias pasadas de moda. Lo que implicaba maquinarse un fuego de artificio ahora son las máquinas quienes dominan, quienes controlan, son el escudo que impide el ataque. Una forma como otra cualquiera que los tiempos han cambiado, que el cine de ladrones a la antigua usanza se está perdiendo. Para ello los guionistas deciden darle un vuelco a la trama para enfrentar la tecnología contra el ingenio, lo físico contra lo digital. Y ahí es donde la pandilla de Ocean logra un auténtico despliegue de virtuosismo entrañable donde cada miembro es una pieza clave de un engranaje realmente arrebatador. Soderbergh, con la pericia que siempre le ha caracterizado, va dejando que la cámara se pasee por todo el recinto y por todos los elementos que representan un casino hotel. Cada parte tiene su truco, cada cosa su lugar y cada elemento requiere un propósito. De ahí que dados, cartas, ruletas, máquinas, los dispositivos, etc. todos están al servicio del engaño más sutil, más preciso y más maquillado sin perder nunca el atractivo del propio lujo.
El director no deja nada al azar y como de lo que se trata es de conseguir dar un golpe humillante al villano da igual que el dinero vuele o desaparezca mientras el malo de turno reciba su merecido. Aquí lo único que prima es dar una lección a alguien que presume de no necesitarla. Por eso las escenas donde le hacen la vida imposible a la persona que controla que esté todo correcto en el hotel son las más divertidas. Se trata de deleitarse con la fechoría en vez de ir a contrarreloj. No se puede negar que aquí los actores actúan por instinto, ceñidos a una meticulosa puesta en escena y de ahí se desprende que sean personajes casi unidireccionales, sin muchos matices. Es como si lo que vimos en las entregas anteriores es más que suficiente para que los conozcamos de sobras. Por esa razón Catherine Zeta-Jones y Julia Roberts no aparecen en escena, ya no son la parte emocional romántica de los protagonistas y el personaje de Ellen Barkin es utilizada bajo la persuasión para conseguir un propósito en la escena más surrealista y menos acertada de todas aunque sea la más cómica por su paródico planteamiento (el maquillaje imposible de Damon da muestra de ello). Incluso tener a Pacino como el malo de la función no resulta suficiente pues se le nota entre incómodo y poco acertado, como si el traje de villano le resultara demasiado grande.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Es más, la aparición de Andy Garcia como Terry Benedict, aunque ingeniosa, resulta un tanto forzada, utilizando su presencia simplemente para completar o cerrar un círculo (aunque también es cierto que su escena estrella en el programa de Oprah es una especie de guinda del pastel la mar de divertida). Sí, es cierto, el actor amolda el personaje a su don convirtiéndolo en un rol atractivo, elegante, pérfido, dominante y seguro de sí mismo pero ajeno a todo eso poco más puede aportar a todo lo que ya hemos visto en las dos entregas anteriores y aunque se giren las tornas al ser la baza salvadora su presencia es más un cameo que un acierto. Aún así “Ocean’s 13”, desde luego, es una reunión de colegas dispuestos a pasárselo bien pase lo que pase, orquestando una despedida de soltero por todo lo alto sin dejar pasar la oportunidad de convertir la traca final en una fiesta de disfraces donde todo brilla con luz propia y sin necesidad de efectos especiales ruidosos. Incluso la pequeña escena de gloria para un Don Cheadle salido de madre y que resulta el personaje más divertido de la función es toda una declaración de intenciones: aquí hemos venido a disfrutarlo, sea como sea, pase lo que pase. Es más, los personajes interpretados por Casey Afleck y Scott Caan, que antes eran meros secundarios tienen también su momento especial, con más metraje del que tuvieron en las entregas anteriores y que sirve un poco como crítica al mismo mundo de los casinos donde ponen el dedo en la llaga sobre la parte menos conocida, resaltando como señalamiento los bajos salarios, la contratación ilegal de inmigrantes, las revueltas por un sueldo digno y todo bajo un tono entre cómico, dramático y tierno al mismo tiempo pero sin dejar de lado la risa del momento [...].
El resto de actores van de esporádicos a presenciales con menos actividad de lo acostumbrado. Mientras tanto, Clooney y Pitt siguen manteniendo la vis cómica y la química entre ambos hasta en los momentos más calmos. Sirva como ejemplo ese donde los dos contemplan un programa de Oprah y ante el drama que contemplan empiezan a llorar. Si eso no es complicidad nada lo es. Es verdad que como tercera parte a la película se le pueden achacar muchas cosas: a veces parece que esté dirigida con el piloto automático, no hay demasiado riesgo en la puesta en escena, todo el tinglado es demasiado fácil, no se ahonda en la parte de Matt Damon que es la que daría más juego en cuanto a la relación con ciertos familiares, los actores protagonistas (y varios secundarios) tienen menos protagonismo del que pueda parecer, hay otros tantos que están muy desaprovechados e incluso el villano de la función no resulta tan malo como cabría esperar pues parece más un hombre de negocios sin escrúpulos ególatra y poco más que alguien malvado. Pero aún viendo esos errores pueden llegar incluso a ser considerado como aceptables dentro de la fórmula. Aún señalándolos y reconociéndolos, aún sabiendo todo eso está claro que como tercera parte no se le puede reprochar mucho más.
Es un título divertido, ameno, activo, en ningún momento decae, el guión es mucho mejor de lo que pueda parecer y el hecho de que todo salga a pedir de boca y sin apenas escenas chirriantes podemos estar más o menos de acuerdo que podría haber salido mucho peor. Ojalá muchas terceras partes que salen ya con síntomas de cansancio y sin nada que ofrecer fueran como esta reunión de amigos que vuelven a juntarse por última vez para demostrar que si no van a sorprender con algo nuevo qué mínimo hacerlo con algo que dominan [...]. Sin lugar a dudas estamos ante el broche final para una trilogía que cuenta con la sofisticación, la elegancia y el término cool tatuado en cada ficha de casino y que sirve como demostración de que puede hacerse un fuego de artificio la mar de resultón sin necesidad de un despliegue de medios desorbitado.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/10/07/critica-oceans-thirteen-steven-soderbergh-2005-final-de-traca/
El resto de actores van de esporádicos a presenciales con menos actividad de lo acostumbrado. Mientras tanto, Clooney y Pitt siguen manteniendo la vis cómica y la química entre ambos hasta en los momentos más calmos. Sirva como ejemplo ese donde los dos contemplan un programa de Oprah y ante el drama que contemplan empiezan a llorar. Si eso no es complicidad nada lo es. Es verdad que como tercera parte a la película se le pueden achacar muchas cosas: a veces parece que esté dirigida con el piloto automático, no hay demasiado riesgo en la puesta en escena, todo el tinglado es demasiado fácil, no se ahonda en la parte de Matt Damon que es la que daría más juego en cuanto a la relación con ciertos familiares, los actores protagonistas (y varios secundarios) tienen menos protagonismo del que pueda parecer, hay otros tantos que están muy desaprovechados e incluso el villano de la función no resulta tan malo como cabría esperar pues parece más un hombre de negocios sin escrúpulos ególatra y poco más que alguien malvado. Pero aún viendo esos errores pueden llegar incluso a ser considerado como aceptables dentro de la fórmula. Aún señalándolos y reconociéndolos, aún sabiendo todo eso está claro que como tercera parte no se le puede reprochar mucho más.
Es un título divertido, ameno, activo, en ningún momento decae, el guión es mucho mejor de lo que pueda parecer y el hecho de que todo salga a pedir de boca y sin apenas escenas chirriantes podemos estar más o menos de acuerdo que podría haber salido mucho peor. Ojalá muchas terceras partes que salen ya con síntomas de cansancio y sin nada que ofrecer fueran como esta reunión de amigos que vuelven a juntarse por última vez para demostrar que si no van a sorprender con algo nuevo qué mínimo hacerlo con algo que dominan [...]. Sin lugar a dudas estamos ante el broche final para una trilogía que cuenta con la sofisticación, la elegancia y el término cool tatuado en cada ficha de casino y que sirve como demostración de que puede hacerse un fuego de artificio la mar de resultón sin necesidad de un despliegue de medios desorbitado.
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