Uno de los directores más irregulares de los últimos tiempos (en franca disputa con Ridley Scott por ocupar el puesto nº 1) es Francis Ford Coppola. Y uso irregular en su justa definición, es decir, no un director malo, o mediocre, sino alguien que es capaz de hacer verdaderos tostones y películas prescindibles junto a algunas obras maestras. En el caso de Coppola (y tambien en el de Ridley) lo que pasa es que de ese puñado de obras maestras, dos o tres películas pueden estar sin problema en casi todas las listas de las 10 mejores películas de la historia del cine.

Coppola tiene algunas de estas (los dos primeros padrinos, apocalypse now), junto con algún puñado de buenas películas (Dracula, la ley de la calle), otras agradables y resultonas pero menores (Jack, Peggy Sue), algunas meramente alimenticias (legítima defensa) y algunos tostones (Tucker, jardines de piedra, y esta que nos ocupa).

Es como si Coppola hubiese renunciado a su obra previa, tratando de innovar y de hacer un experiemento formal y un ejercicio de estilo, pero en vez de salirle medianamente bien (como en corazonada) le sale un melodrama familiar acartonado, en el que todo suena a falso, desde el acento argentino, Buenos Aires, o el propio blanco y negro en el que está rodada.

Poco hay aquí del Coppola grande (quizás el tema de la problemática de la familia) y casi parece más como si la hubiese escrito, producido o codirigido Pedro Almodovar.

Sinceramente, creo que las notas y las críticas no son imparciales. Si en el caso de El padrino III le perjudicaron (si no hubiesen existido el I y el II, o si no la hubiese dirigido Coppola, no se habrían cebado tanto con una película que sin ser una gran película, tampoco es mala) en este caso le han beneficiado (las críticas y las notas que se le dan, creo que se le dan más por el nombre del director que por la obra en si), y si esta película no la hubiera dirigido él, otro gallo cantaría.