En la América de los ochenta con un presidente septuagenario estaba claro que los ancianos iban a recobrar el protagonismo perdido. De modo que Hollywood se hizo eco del interés por este sector de la población cada vez más numeroso y a mediados de la década Ron Howard dirigió uno de sus films más entrañables. Una hermosa historia de ciencia ficción en la que un grupo de simpáticos ancianos liderados por un genial Don Ameche descubren en su residencia la fuente de la eterna juventud. Pero en realidad dicha fuente es propiedad de unos extraterrestres que han venido a la Tierra en son de paz.

La idea de unos extraterrestres amistosos también era novedosa cuando siempre se les había presentado como invasores con malas intenciones. El caso es que el argumento funciona a las mil maravillas por su acertada combinación de ternura, comedia y fantasía apoyado en las estupendas interpretaciones de sus protagonistas y unos efectos visuales de primera.

La trama me recordó bastante a la segunda historia de la película En los límites de la realidad dirigida por Steven Spielberg. Debido al éxito la secuela llegaría tres años después así como alguna película de temática parecida como Nuestros maravillosos aliados.