El pasado siglo comenzó con una indagación sobre el lenguaje: el Tractatus de Wittgenstein, la teoría de la relatividad de Einstein y el estudio de los sueños de Freud. Los tres pertenecían a la Mitteleuropa, los tres eran judíos.
Derek Jarman, director experimental que cuando enfermó del VIH se dedicó a cuidar su huerto y escribir un diario, modern nature, que tengo por ahí pero no he leído, hace una aproximación interesante a la figura de este raro genio del siglo XX que partió en dos la filosofía. Siguiendo su habitual estilo, pero con menos barroquismo y cripticismo, Jarman se centra sobre todo en los años del filósofo en Cambridge, donde enseñó tras haber donado su enorme fortuna a sus hermanas. Hace poco cogí de la biblioteca una obra interesante, la familia Wittgenstein, donde apenas se habla del filósofo, centrándose en la figura de Paul, el pianista, hombre de descollante inteligencia que logró pactar con los nazis para salvar la fortuna familiar así como las vidas de las hermanas que permanecieron en Viena.
El Tractatus de Wittgenstein lo leí hace no mucho y me sobrecogió. Hay dos citas para enmarcar:

¿Se resuelve quizás un enigma porque yo sobreviva eternamente?...

y el conocido dictum que cierra el opúsculo: de lo que no se sabe no se puede hablar.

Pero no intenta aquí Jarman trasponer esas teorías y hablar de los límites del cine. Es un film relativamente sencillo, centrado en la figura del pensador vienés, interesante, demasiado corto para mi gusto, hecho con poco presupuesto, como dicen aquí. Una obra menor dentro de una carrera notable de un cineasta hoy muy olvidado, recomendado a cualquier persona que huya de toda la basura comercial que nos rodea y que algunos tienen la desfachatez de llamar cine.