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España España · Madrid
Voto de jokinr:
7
Drama David (Vladimir Cruz) es un comunista convencido que estudia sociología en la Universidad de La Habana. Diego (Jorge Perugorría) es un artista homosexual acosado por la homofobia del régimen castrista. A pesar de las abismales diferencias que los separan, entre ellos surge una profunda amistad. (FILMAFFINITY)
21 de noviembre de 2014
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película intelectualmente tramposa donde las haya, pero tan bien narrada que deglutes las trampas como los protagonistas los helados, sin darte cuenta y con cierto gusto. Hablar de la competencia cinematográfica de Gutiérrez Alea a estas alturas está de más: es uno de los grandes del cine hispanoamericano. Aun así, creo que jugaba en este filme con algunas cartas marcadas, no sé si por él o por Senel Paz, el guionista y autor del relato de base. Las cartas marcadas son las siguientes: ahora resulta que los miembros del Partido Comunista Cubano, es decir la Revolución, no aprecian el arte de su país (ni siquiera lo conocen), concretamente su música y su arquitectura. Son los artistas disidentes (más que disidentes, sediciosos, diría yo), los que dan lecciones de cubanidad (de cultura general más bien) a los militantes del partido comunista, olvidando que fue precisamente la Revolución socialista la que frenó bruscamente un proceso rampante de colonialismo cultural, cuando no de aculturación, y sobre todo de indigencia cultural, para pasar a un proceso no sólo de alfabetización general y de educación en masa de la población sino de rescate de la cultura cubana e hispanoamericana. Ahora resulta que el “artista disidente” no puede mancharse las manos trabajando en otros quehaceres para ganarse la vida como hacen la mayoría de los artistas en el mundo del “libre mercado”; o el arte o la embajada enemiga: mayor egoísmo y egolatría no cabe. Porque, además, resulta que venderse (que es lo que viene a hacer este “artista” en el desenlace del filme) para seguir viviendo de sus creaciones sin trabajar de 8 a 4, es sinónimo de libertad; lo cual por otro lado no deja de ser ilustrativo y hasta cierto punto inconscientemente revelador de lo que es el capitalismo, ya que, efectivamente, en él los trabajadores, y los artistas entre ellos, tienen absoluta libertad de venderse (es más no pueden hacer otra cosa); la otra cara de la moneda está en quien compra suelen ser los burgueses, los cuales tienen mucha más libertad de comprar y por tanto de vetar y, en el mundo concreto de la creación estética, de censurar, además silenciosamente. Ya les gustaría a la mayoría de los creadores europeos “disidentes” y no tan disidentes disponer de las oportunidades que las instituciones culturales cubanas ofrecen al protagonista de esta cinta. Ya les gustaría a los creadores del mundo capitalista poder ser tan puros como el protagonista de “Fresa y chocolate”, algo completamente imposible, salvo si eres un pesebrero y un tragaaldabas. Ahora resulta que la legítima defensa de un gobierno frente a aquellos que colaboran con los que están deseando invadir el país es un acto intolerable de censura. Ahora resulta… y se podría seguir mostrando los trucos de tahúr del dúo Paz-Alea. Esto no quita, repito, para que todas estas pamplinas antirrevolucionarias estén muy bien envueltas en una narración competentemente armada, una dirección casi perfecta (como sólo sabía hacer en Cuba Alea), unas interpretaciones magníficas (sobre todo de Perugorría) y una música de Lecuona y Cervantes maravillosa (dejando al lado las odiosas comparaciones con Vitier, cuya partitura ha sido, desde mi punto de vista, injustamente atacada).
jokinr
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