Esta mañana ha venido a casa un sobrino de 7 años. Cosas de las vacaciones. Me ha pedido que le pusiera una de esas pelis chulis que tengo en esos discos duros a reventar. La criatura está en la edad, le van las de superhéroes, monstruitos, animación y esas cosas. Aprovechando que nunca me había atrevido con ella, y aun a riesgo de perder el saludo de mi entrañable visitante, le propuse ver ‘Independence Day’. Le dije que salían unos marcianos muy malos que querían exterminar a los humanos, que había muchos tiros y que salía el príncipe de Bel Air, serie que, por algún extraño motivo, conoce y disfruta.

La primera media hora ha sido casi letal para el niño; el pobre aún no ha desarrollado defensas psicológicas contra depende qué engendros. Pero a partir del primer misilazo y de la aparición en escena del bueno de Smith, el chico ha empezado a disfrutar de lo lindo. Se ha puesto casi frenético. Yo me he consolado pensando que, cuando tenía su edad, me gustaban cosas como ‘Orzowei’ o ‘La frontera azul’, así que no le culpo de nada.

Por mi parte, mantener el núcleo familiar en armonía ha sido lo único que me ha insuflado fuerzas para aguantarla. Entiendo perfectamente que esto lo disfrute un público infantil, o incluso adolescente, pero me preocupa que un espectador supuestamente adulto se tome en serio este canto a la estulticia de proporciones siderales. Uno puede disfrutar con cualquier cosa, todo el mundo es libre de tener sus gustos, pero hablar de emoción, sentido épico o valores morales en este truño es tener el dial completamente fuera de onda. Hace quince años comprendo que impactase su espectacularidad, pero hoy día las explosiones y las destrucciones masivas no creo que impresionen ya a nadie. Obviando algunos aspectos visuales, es una de las películas más bochornosas que he visto. La peor de cuantas he tragado de Emmerich, que no es Orson Welles, precisamente.