Mezcla de documental y obra de ficción, basada en hechos reales y con una marcada carga ideológica con la que resulta difícil estar en desacuerdo. Un impecable blanco y negro, una trabajada fotografía y unos actores que nos regalan esforzadas y correctísimas interpretaciones. Trabajo de relojería. Encima, es breve, menos de hora y media.

Y sin embargo… tras cuarenta minutos de película tienes la sensación de que la cosa ha empezado tres días antes; comienzas a pensar que esa mixtura docuficcional se queda a medio camino, ni chicha ni limoná; caes en la cuenta de que el perfeccionismo técnico y el distanciamiento de los personajes se traducen en la más absoluta frialdad. Y compruebas que el tratamiento de un tema con tantas implicaciones políticas y emocionales no solo fracasa a la hora de captar el interés del menda, sino que provoca un profundo aburrimiento.

Políticamente intachable, técnicamente impecable. Personalmente, fallida. Por soporífera, por falta de garra y por una evidente hipertrofia de algo que no existe más que en los sueños de algunos filósofos, comunicadores y psicólogos: la objetividad.