El cine bélico me gusta, sí, pero sobre todo cuando no abusa de las consabidas escenas de acción y cuando su tono o mensaje logran convencerme. Obviamente, ejemplos los hay a patadas. Pero si tuviera que escoger sólo cinco mis elegidos para la gloria, y nunca mejor dicho, serían: “Senderos de gloria”, “Apocalypse Now”, “El cazador”, “El puente sobre el río Kwai” y “La gran evasión”. Cinco pelis que todo cinéfilo debería ver y en las que, como podéis suponer, el contexto bélico no deja de ser un simple asidero accidental para tocar a fondo, y bien a fondo, aspectos tan intrínsecamente humanos como la vida misma.

“Hermanos de sangre”, sin embargo, es una serie bélica de acción. Fundamentalmente, de acción. Sin demasiado discurso. Sin demasiado mensaje. Sin demasiada moralina. Y, aún así, me ha gustado. Posiblemente, porque sus efectos especiales son acojonantes. Y, posiblemente también, porque a todas luces resulta entretenida, ágil y vibrante. Pero, sobre todo, porque me parece increíblemente real. Increíblemente verosímil. Increíblemente honesta. Como si la pantalla de la tele te permitiera abrir una ventana en el mismísimo frente.

Ocho heroicas estrellitas, pues, para una serie televisiva que merece de todas, todas, su desorbitada media filmafinitera y que me recordó muy mucho por su crudeza y realismo a todo un clásico del cine bélico de acción: “Uno rojo, división de choque”. Si no la mejor, la más auténtica de todas las pelis bélicas que he visto en mi vida.