La escena final de este drama de Buñuel, con un enajenado Francisco, interpretado impecablemente por el legendario Arturo de Córdoba, caminando zigzagueante por un callejón con la dramática música de Hernández Bretón como fondo, conmueve sin dudas.
La suerte de Gloria (Delia Garcés) cambia al conocer a Francisco. Su vida se vuelve un infierno junto a un celopata intransigente, violento y malvado, al que todos consideran un hombre ideal.
No tenemos acá al Buñuel con toques surrealistas, salvo en la escena de la iglesia, cuando el protagonista alucina y sucumbe ante la locura. En su lugar un Buñuel más bien formal, conduce la historia, bien nutrida de abusos de parte del equívoco personaje, hacia escenarios bastante simples mediante flashbacks de la esposa maltratada, a pesar de aquello, el simbolismo típico del maestro español está presente siempre, desde el mismo inicio del film en la primera escena.