La historia es manida: un variopinto grupo de personas (reducido, el presupuesto no daba para más) queda atrapado en un abrevadero por una banda de apaches sedientos de cabelleras. El hombre sin pasado de turno (Rory Calhoun, especialista en el tema) toma el mando y hará lo posible por salir de la encerrona. Lo interesante de la película es la forma de rodar de Nazarro, con la cámara casi siempre en plano corto, como queriendo ahondar en la sensación de ahogo de los personajes, lo cual le permite, además, ocultar las escasas dimensiones del decorado y ahondar en el estudio de los caracteres. Toda la cinta está construida en torno a la tensión provocada por una situación de vida o muerte, de ahí la importancia de los sonidos. La economía de medios de Nazarro es ejemplar: sabe que cuenta con un presupuesto limitado y un metraje que no superará los 70 minutos, de modo que se esfuerza por dotar de una gran textura dramática a un relato que en manos de otro acabaría siendo ramplón y repetitivo. A este respecto, hay un ejemplo paradigmático: noche cerrada, y lo único que se oye son los gritos de dolor del soldado que está siendo despellejado lentamente por los indios. Primer plano de Calhoun, que está a punto de tomar una decisión. Calhoun desaparece en la oscuridad, los gritos aterradores prosiguen. De repente, un disparo. Silencio. Calhoun regresa. Nadie pregunta nada. Chapeau, maestro. Apuntalada en secundarios sólidos como rocas, como Leo Gordon y John Dehner, Territorio apache tiene su aquel. Sobra la ñoña historia de amor entre la estúpida de Junie y el mameluco de Lonnie, ambos de bofetada, pero son pejaes que debían pagarse en aquellos tiempos.