(Creamos por un segundo que el tráiler de esta película no destripa el interesante giro de su mitad.
Admitamos un momento que la campaña de marketing ha vendido sus mejores secretos sin reparo.
Qué suerte si llegas a esta película sin que nada te hayan desvelado.)

Un hombre aterriza en medio del desierto, un infinito de blancura que resguarda su total anonimato.
Se dirige a la civilización, lentamente, sin prisa, donde progresivamente es dotado de identidad, presencia y personalidad. No importa quién fuera, seremos capaces de aceptarlo por quién es ahora.
Es la primera herramienta de Zemeckis para que entres en su particular juego: siempre sabrás que él y su compañera no serán quiénes dicen ser... pero tampoco sabrás quiénes se supone que deben ser.

A su alrededor se desarrolla una exagerada obra de teatro, cuyo premio a la excelencia es vivir otro día, mientras que el fracaso actoral significa la muerte.
Ventanas "descuidadamente" abiertas, conversaciones "despreocupadamente" mantenidas... Max y Marianne, si es que esos son sus nombres, son capaces de pasar todas las pruebas, mientras obtenemos un preciado pasaje a la intimidad de lo que comparten entre medias.
No parecen tener sueños o ambiciones, viven para su misión y nada más, recordándose cuidadosamente dónde deben colocarse en el escenario. Su falta de sentimientos o empatía parece un adecuado complemento a los sádicos generales que les rodean, a la vez que un preciado secreto: ellos no alardean abiertamente de su habilidad asesina, pero sabemos que serían capaces de mostrarla.

Los desequilibrios son mínimos, sabemos que pueden llevar a cabo su misión, y si acaso el único reparo es disparar a quien antes recibías con falsa sonrisa.
Zemeckis nos permite entonces un "momento valle": felices compromisos, familiares entornos y blancos deseos. No deja de ser una obra de teatro lo que hemos presenciado, en el fondo perfectamente conscientes de cómo acabaría.
Es entonces, cuando llega el giro vilmente revelado... cuando se podría decir que empieza la verdadera película. Hasta eso, solo se han dispuesto las piezas sobre el tablero, y creíamos ver algo.

'Aliados' entonces se convierte en algo increíble: una verdadera historia de espionaje, con verdadera intriga y un incómodo factor humano, porque no habría verdadera tensión si no tuviéramos algo en peligro.
Nos hemos mezclado tanto en la vida de Max, de la manera más pacífica, que ahora nos resulta imposible escapar de una situación que se ha vuelto violenta.
Sensaciones viscerales, paranoia constante... ya no vemos los decorados ni las actitudes fingidas. Todo parece tan peligrosamente real que tememos tanto como Max el encuentro de lo cotidiano con una cara falsa: justo lo mismo que debería sentir un espía.

La realidad se ha transformado, pero empezaba a asomarse mucho antes: la tormenta de arena que predice un borroso augürio, la buena nueva recibida con explosiones y la escalera rectangular que desciende al secreto inquietante.
Inconscientemente, tenemos metidas en la cabeza imágenes que nos han provocado una reacción, sutiles pistas que deberíamos haber visto venir mucho antes, exactamente lo mismo que debería haber leído un espía en la tranquilidad que antecede la tormenta.

'Aliados' no reconstruye el género de espías sino que lo reinventa, haciendo de la experiencia un tenso viaje sin retorno ni descanso, acumulando pistas falsas y secretos a media luz que tendrán que encontrar su necesaria conclusión.
Y Robert Zemeckis, en su sabiduría narrativa, evita no incluirte, metiéndote hasta el cuello en una intriga con matiz tan personal que hasta tú querrás verla concluir.