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España España · Madrid
Voto de Charles:
9
Comedia Narra la historia real de la producción de la película 'The Room', que ha sido considerada como “una de las peores películas de la historia". Dirigida en 2003 por Tommy Wiseau, 'The Room' se ha estado proyectando en salas -completamente llenas- por toda Norteamérica desde hace más de una década. 'The Disaster Artist' es una comedia sobre dos inadaptados en busca de un sueño. Cuando el mundo los rechaza, deciden hacer su propia película, ... [+]
1 de octubre de 2017
188 de 203 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace algo más de una década, se colocó la primera piedra de un culto especial.
'The Room' era su nombre: incoherente, absurda, penosa, cutre, surrealista... única. Como bien se dice al principio: "si les dices a los diez directores más talentosos de la actualidad que la repitan, no serán capaces ni de acercarse a lo que es".
Semejante despropósito solo podía crear un seguimiento equivalente, y allá que la película infló su leyenda en sesiones golfas, impactando a toda la gente del mundillo, mientras su protagonista/director/productor/guionista Tommy Wiseau ganaba fama por haberla parido.

'The Disaster Artist' no es, como podría parecer en un primer momento, sólo una comedia sobre la creación de tan magna "obra maestra": como el cartelito de "basado en hechos reales" avisa, esto es un intento por comprender a Tommy Wiseau, desde el respeto, pero sin faltar a la verdad en su descacharrante personalidad.
Su introducción ya deja esto claro, presentándolo como una figura mítica y gigantesca, mientras el tío lo está dando todo, a su aire, libre, replicando a un Marlon Brando que se revolvería en su tumba si pudiera verlo.
El público se ríe, todos nos reímos, porque es imposible hacer otra cosa, pero Greg Sestero le ve y solo piensa "quiero ser como este tío, y perder el miedo a expresar lo que me apasiona": un punto de vista a contracorriente, que le hará su amigo cuando todos los demás le tomen por loco, y que bien pensado no deja de ser razonable.

James Franco se sumerge en el pelazo, mentón y párpado caído (grandioso párpado caído) de Tommy Wiseau, metiéndonos junto a Greg en un planeta en el que nunca se grita lo suficientemente alto mientras se interpreta o nunca es demasiado tarde para visitar un homenaje James Dean, uno en el que su risa característica y sus expresiones sin sentido dibujan primero a un solitario que acaba de encontrar a alguien que le escucha, y después a un soñador que se ha llevado todas las negativas posibles.
Estamos en una comedia porque el tío es gracioso de por sí, pero las risas permiten pasar por alto el fondo trágico que hay detrás, que sólo asoma de vez en cuando y que cuando lo hace es más doloroso que cualquier otra cosa.
Para todos, Tommy Wiseau es un ridículo que ni en un millón de años (ni después tampoco) tendría una oportunidad en el cine, pero él mismo se ve como un artista incomprendido, ante una industria que cada vez que puede nos recuerda su frivolidad y superficialidad.

La película nos convierte en parte de todos los que no creyeron en él, sin quererlo: nos reímos cuando Tommy se pone a escribir para romper las ideas preconcebidas sobre su persona, nos reímos cuando su sueño compartido con Greg está pendiente de un hilo, nos seguimos riendo cuando no tiene ni idea de rodar y aún así pone todo el dinero y recursos de los que es capaz para hacer su guión realidad.
Es fácil olvidarse de que, tras los castings chorras y las decisiones cuestionables, había una persona tratando de demostrarse a si mismo que no tenía por qué ser el monstruo de Frankenstein que le dijeron que era.
Y precisamente hay un punto de la historia en el que la mezquindad de Tommy le gana la partida a la gracia que nos hacía, y a punto estamos de volverle la espalda como su amigo y colaboradores, pensando que pobre gilipollas el que está abusando de todos para conseguir una película de mierda.

Pero, en una escena clave, el monstruo se baja de sus altares y el público se sube a su particular planeta: Greg Sestero (entregado Dave Franco mediante) silencia risas inicialmente crueles que resuenan en la sala de cine, y se permite transformarlas en una bonita reflexión sobre la relación director-espectador, estableciendo que no importa si una película es recibida con premios o con burlas, sino que cuál es el recuerdo que deja.
Y, aceptándose como es, su amigo se da cuenta de que no tenía que ser otro Tennessee Williams, sino simplemente Tommy Wiseau.

Cuesta perseguir un sueño, y aún más duele creer alcanzarlo para darte cuenta de que en realidad está mucho más lejos de lo que se pensaba.
Pero Tommy Wiseau hizo una película irrepetible, que nadie más habría podido hacer como a él le salió (como se demuestra en los créditos finales, imprescindible verlos hasta el final), y solo por eso es el artista que dijo ser, aunque nos haya costado aceptarlo.
Han tenido que pasar años de mofas y sesiones golfas, pero su particular planeta ahí sigue, plasmado en película, para que volvamos a darnos cuenta de lo único que resulta.

Y si hay algo que este sentido homenaje a los soñadores y al cine consigue es que, efectivamente, ya no nos reíremos de ti, Tommy.
Pero ojala sigamos riéndonos contigo.
Charles
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