Lumet aborda un trabajo con una historia con todo el interés posible, señalar con el dedo las miserias de un policía en la que por lo visto apenas hay ni un agente bueno, sólo el pobre Serpico, interpretado por un correctísimo Pacino que por entonces empezaba a labrarse una carrera a costa de personajes tan bien recreados. La importancia del actor, en este caso Pacino, es fundamental en películas tan monocromáticas, el policía en cuestión aparece hasta en la sopa, creo no haber contado ni una escena en la que no aparezca, y para digerir este plato bien el actor tiene que estar más por encima de lo normal. Pacino cumple y Lumet también, no hay queja por ahí. Si mi valoración queda por debajo de la media es por el desaliento total que ofrece, no hay solución alguna y si bien es cierto que está basado en hechos reales y por lo tanto debía ser tal cual el pastel, un hilillo de esperanza al cual aferrarse no hubiera ido mal, aunque fuera insincero.

Porque no hay otra imagen que esta misma, la de un policía que no debiera serlo, si todos hacen lo que tu no quieres hacer, sencillamente has entrado en casa equivocada. ¿Quién no hubiera cogido unos dólares por aquí otros por allí? Sólo Serpico y así le va, perseguido y marginado en su trabajo, sencillamente se equivocó de trabajo, y aún así le pone un par de pelotas y lucha, eso sí que hay que destacarlo, por eso digo que la historia tiene todo el atractivo posible. Sin embargo, tanto Pacino en cada minuto y la ausencia de esperanza alguna es demasiado lastre, presiento que si Lumet hubiera suprimido diálogos redundantes que dicen lo mismo hubiera resultado más digestiva, el final, previsible y anunciado, ha llegado con un pitido final por fin.