Reconozco que en más de un momento de la trama, a partir de que la desdichada pareja llega a la isla imaginaria, he sentido miedo. Pocas veces he podido afirmarlo de esta manera, estar delante de una televisión y sufrir por lo que estoy viendo, ya entradito en años y sin complejos, confieso que me he acojonado. El mérito innegablemente es del maestro Narciso Ibáñez Serrador, que ajustando una música tétrica y usando la cámara magistralmente, me ha producido un desasosiego puntual que sólo puedo elogiar. He querido destacar esa situación concreta, provocar miedo al espectador, tarea compleja y arriesgada porque cuando no se consigue es fácil que las críticas aparezcan con toda justicia.

Para llegar ahí, a una isla repleta de unos niños muy cabroncetes (y me quedo corto), el director nos ha hecho tragar una introducción durísima, posiblemente demasiado dura, excesivamente dura, pero también necesaria, y eso es algo que sólo se puede entender cuando la película ha finalizado. Mi conclusión es que es una película española avanzada, produce una tensión insana, nace de una idea soberbia y sólo algunos defectos puntuales de guión (spoiler) la hacen que se aleje de poder valorarla con mayor nota. Los actores no brillan, su interpretación es correcta pero podrían haberlo hecho mejor. A saber qué intrahistoria se esconde detrás de la producción, pero sospecho que varios retoques no hicieron mejor de lo que es esta película.

Así que sorprende que sea una película española, merece más nota de la que tiene y pese a la estética setentera aquello de envejecer mal no se puede aplicar en este caso. Yo lo he pasado mal en algún momento, reconozco que llegar a un pueblo fantasma en el que sólo hay niños en cada esquina, en fin, recrear ese ambiente tan insalubre tiene mucho mérito, yo me he cagado, así de claro, y eso para mí es muchísimo.