La película empieza de manera rutinaria, hay lugares comunes y piensas que lo que vas a ver no va a trascender; gran error. Conforme avanza, la cámara nerviosa de Greengrass comienza a tomar cuerpo y a meterte en la acción como el lo hace, al cuello. Actores de una solvencia contrastada como Damon, Gleeson, Kinnear o Ryan comienzan a tejer una trama sobre las armas de destrucción masiva que te convence y te apasiona por momentos.

Algunos dicen que llega tarde, pero es que hacer una película sobre una masacre de 7 años, basada en una mentira, tiene que ser difícil proyectarla. Me enfurezco pensando en los fantoches de las Azores, que gozan de libertad sin merecerla, dando conferencias y lucrándose con ellas, y no puedo nada más que aplaudir al realizador inglés.

Porque es un director que se atreve a contar lo que no quiere nadie, lo que puede acabar con una carrera, que los productores desconfíen de ti o simplemente caer en el olvido, por ser valiente. Me gusta su ritmo feroz y caótico, no hay ningún cineasta en el mundo que controle más la puesta en escena con una cámara tan movida. Es por eso que Matt Damon no hará mas Bourne sin él, y, es que el británico es un director necesario y de calidad que puede asegurar beneficio y arte.

Este es un tipo de cine que si no se hace bien puede caer en el panfleto y la pancarta, por eso sólo conociendo los hechos te aseguras que lo que cuentas es inalterable y no puede ser discutido. Me recuerda al cine político de los 70, ingenuo pero con rabia y ganas de cambiar las cosas. Aquí mezcla eso con el ímpetu de una película de acción y la combinación es perfecta.

El guión te sumerge en Irak, lo palpas, estás allí, te lo imaginas así. El final es esperanzador y triste a la vez, porque muchas veces que se sepa la verdad no quiere decir que deje de haber injusticias y esa guerra sin sentido es una y muy grande.