Acomódate en el sofá, desconecta el teléfono y prepárate para sumergirte durante casi 2 horas en un descenso a los infiernos que te va absorbiendo y asfixiando hasta dejarte sin aire en los últimos 20 minutos.

Con una técnica apabullante, Aronofsky nos introduce en una historia rompedora en la que consigue que nos impacte tanto el que cuenta como la manera de contarlo ¡Y que manera! Pocas veces se ha sacado tanto partido al original uso de la cámara, que utiliza una interminable lista de métodos para colaborar en la narración. Mención especial a la utilización del plano detalle para hacer hincapié en las obsesiones de los protagonistas, que pasado ya a la historia del séptimo arte. Todo ello aderezado por la genial banda sonora de Clint Mansell y una fotografía genial que deja grabados en la retina fotogramas para el recuerdo.
Esta claro que el director usa trucos para inducirnos una sensación de angustia y desazón creciente pero ¿Es eso malo? ¿Acaso importa saber que un mago nos esta engañando para poder disfrutar del truco? Si el truco que me estan mostrando es tan bueno como este, bienvenido sea.

Este delirante viaje queda repartido en dos hilos narrativos, el protagonizado por Jared Leto y Jeniffer Connelly, que es el que menos innova, y el protagonizado por Ellen Burstyn, con un colosal papel merecedor de Oscar. Es en esta historia donde recae el mayor peso dramático de la cinta (mención especial para una escena a mitad de la cinta en la que encontramos la confesión de las motivaciones del personaje) y que mayor análisis subyace (1)
Los dos nos cuentan las múltiples caretas y caras de un sueño americano (más correcto sería decir occidental) que en conjunto dan una visión realista y devastadora de lo peor de las adicciones y tentaciones, los deseos más bajos y a la vez los más humanos.