"La noche de la iguana" es una película extraña y sugerente de difícil clasificación genérica y que entra de lleno en la "aventura interior" que por aquellos años Huston parecía interesado en explorar.
El propio Tennessee Williams colaboró en el guión que escribieron John Huston y Anthony Veiller, aportando incluso escenas adicionales, como la del reverendo Shannon caminando sobre los cristales del vaso roto. Pero ni aún así desaparecieron las tensiones creativas que dos universos tan dispares tenían forzosamente que acabar generando. El esquema de psicoanálisis concentrado y tortuoso de Williams tenía que chocar necesariamente con la vitalidad física y la inmediatez del estilo hustoniano. Toda la carnalidad erótica del film y su recreación en la comunicación sensual con la naturaleza se revelan, de forma nítida, como la más valiosa aportación de Huston a la dramaturgia nerviosa y psicoanalítica de Williams. La fotografía del mexicano Gabriel Figueroa fue un acierto por estar muy compenetrado con el director y comunicar con gran eficacia el clima sensitivo que van buscando las imágenes.
Los personajes de la obra teatral fueron convertidos por Huston en un grupo de característicos "outsiders" que, a poco de comenzar, han encontrado ya su refugio en un palacio ruinoso del Yucatán, ejemplo vivo de cómo retrocede la civilización ante el empuje de la naturaleza. Desprovistos de un itinerario físico por recorrer, emprenden la senda interior que conduce a la caída de las máscaras y a la liberación de los deseos reprimidos. Principalmente interesado por los personajes femeninos, incorporados por las más hustonianas de todas las actrices: Ava Gardner y Deborah Kerr, el director no acertó a profundizar con claridad en el reverendo interpretado por Richard Burton, que bascula en medio de la ambigüedad, y con menos entidad que la necesaria.
Todo el film se configura como un ritual de comunicación y sensualidad en torno a la caza, cautiverio y liberación de una iguana que da pie a la metáfora. Su cadencia rítmica, la cálida y melódica atmósfera que lo envuelve, la liturgia de los enfrentamientos personales y las pasiones refrenadas van construyendo una narración salpicada de bellísimos diálogos literarios y cierta fantasía en las imágenes. Contrariamente a las adaptaciones de Richard Brooks o Elia Kazan, John Huston pugna por hacer suyos los personajes de Williams y configurar con toda inmediatez el desarraigo y desamparo de esas figuras.
"La noche de la Iguana" es una desconcertante ceremonia, presidida por la óptica individualista de Huston, envuelta en ambigüedad y belleza a partes iguales, receptáculo de una extraña convivencia entre las reflexiones intelectuales y existencialistas, y la sensualidad a flor de piel que respiran las imágenes. O lo que es lo mismo, la imagen más acabada de las contradicciones y las inquietudes de John Huston en aquella etapa de su filmografía.