Si uno ha visto la película original de Charles Bronson puede rememorar ciertos detalles que la hacían particularmente atractiva: ya desde su primera escena, el método de su protagonista delataba el mimo con el que disfrutaba del ritual. Existía, pues, una relación un tanto fetichista entre la preparación de un encargo y su ejecutor. Por otro lado, el vínculo que le unía a su protegido se encontraba recubierto por cierta pátina sexual, donde el voyeurismo del joven inexperto se proyectaba hacia su culminación a través del aprendizaje. Incluso las escenas de acción explotaban con orgánica soltura todo lo que los escenarios permitían.

Sin embargo, no es en la comparación donde este remake se encuentra prácticamente a dos velas, sino en las ausencias que la propia película delata. El 'mecánico' de Statham no parece gustar de su trabajo porque no es más que una obvia marioneta, desprovisto del aroma 'outsider' que destilaba el de Bronson. Invertir esfuerzos por describir más el protocolo al que se expone el hecho de ser un mero contratista que lo que el segundo tenía de artista es lo que termina por desaprovechar al personaje.

Las escenas de acción se encuentran resueltas con muy poco oficio por un director que ha demostrado ser tan perspicaz como habitualmente seña de calidad en el género. Ya desde el trabajo inicial puede verse el poco detalle con el que se va a desarrollar este relieve. Sin embargo, debo decir que es un placer el tiempo que se le dedica, individualmente, al personaje de Ben Foster. El papel de bala perdida siempre le fue bien, y aquí no es la excepción, construyendo un aprendiz de asesino muy sobrecargado y explosivo.