Pensaba que era un nombre de mujer (véase a la actriz de “El clan del oso cavernario”), pues no, también lo es de este resabiado niño que no sabemos de donde viene.
Es muy listo, muy enterado, pero aunque sea un poquillo repelente, está bien llevarlo de paseo cerca de cajeros automáticos, para que te dé una alegría en la cuenta.
Siguiendo el estilo de los 80, en la ciencia ficción con niños siempre hay un amigo graciosillo con mote (“tortuga”) que es tan espabilado que a su hermana le llama “puti” (habría que ver qué dice en la versión original), y por supuesto va en bicicleta. Todo esto procede no solo de la ambientación propia de la época, sino de la escuela creada por “Los goonies” y las películas de Steven Spielberg.
Por mucho que tire la nostalgia, la película es mediocre. Desde sus incoherencias argumentales (¿para qué crear un robot que necesita dormir y comer?), hasta sus escenas pasadas de vueltas (pilotaje de avión o jugar en plan caña a un videojuego muy cutre, pero que se nota que lo que han hecho es ponerlo a cámara rápida).
Por supuesto, no es de las que vienen a la memoria por dejar profunda huella en los 80. Le falta más aventura, más allá de esa breve persecución en coche. Y el argumento, como digo, cojea un poco.
Y aun así, con sus defectos, tiene ese toque especial del cine de esos años, que, cuando las veíamos en la infancia, nos hacían pasarlo muy bien. Me gusta más por el recuerdo nostálgico subjetivo que por su calidad, que insisto en que no es demasiada.