Cuando el niño del principio dice "Papá, me aburro", inmediatamente pensé que me daba la sensación de que yo también me iba a aburrir muchísimo.
Robert Redford, con sus arrugas recursivas (tiene unas dentro de otras), lleva a cabo su anunciada última película, que habrá que ver si eso es verdad. Encarna a un ladrón de bancos no violento, galán en plan Julio Iglesias (soy viejo, chulo y lo sabes), y al que le gusta chupar mucha cámara con música de "piano bar" de fondo.
Es de esas películas que te hacen pensar en por qué ciertos actores viejos no estarían mejor jubilados. Y es que este vehículo megalómano de Redford es, como película de ladrones y atracos, totalmente fallido por su carencia absoluta de emoción.
Quizás sería más justo valorarla como drama crepuscular, con esas patéticas escenas de "First dates" con Sissy Spacek, pero tampoco me sirve porque la mera presencia de estos dos no me basta para que esto me interese.
Parece estar volviéndose una norma que toda película de ladrones ancianos es aburrida y pretenciosa ("Un golpe con estilo", "Rey de ladrones" y ahora esta).
Si en una hora y media me he pasado bastante rato mirando el reloj y también bastante rato intentando no quedarme dormido, algo falla. ¿Por qué no tienen un plan de robo más trabajado? ¿Por qué no tienen más problemas? Pues nada, todo transcurre tranquilamente y con esa horrible y persistente música de hilo musical de hotel barato.
El film es frío, insustancial, insulso, soso y aburrido cual sesión parlamentaria de una comunidad autónoma. No vale un duro ni antes, ni durante ni después de los atracos.
La única escena que me ha interesado es cuando quiere pagar la hipoteca. ¡Qué envidia! Espero poder llegar a hacer eso con menos años que Robert Redford, desde luego.