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España España · Madrid
Voto de campi:
5
Comedia José Luis, el empleado de una funeraria, proyecta emigrar a Alemania para convertirse en un buen mecánico. Su novia es hija de Amadeo, un verdugo profesional. Cuando éste los sorprende en la intimidad, los obliga a casarse. Ante la acuciante falta de medios económicos de los recién casados, Amadeo, que está a punto de jubilarse, trata de persuadir a José Luis para que solicite la plaza que él va a dejar vacante, lo que le daría derecho ... [+]
8 de abril de 2016
15 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
El arranque es potente, no podemos por menos que acomodarnos en el asiento, todo apunta a que veremos algo grande hoy. Pero una vez se cierran las puertas de la cárcel, el tono cae en picado y no remonta en todo el metraje, lo que parecía iba a ser un drama de altura, queda reducido a comedieta mediocre, costumbrista y plana. Y peor que otras tantas de la época, porque los personajes ni siquiera resultan agradables, (¿por qué se gritan malhumorados todo el tiempo?), aunque los actores logran sacar de ellos lo que no hay, y resuelven la papeleta aportando luz y carisma. Al final, la escena en la que atraviesan el patio quiere recuperar el tono, pero sabe a poco y es ya tarde, el poder de esa imagen clavada en el patio, el sombrero caído, la puerta que se cierra, no basta para remontar lo que ya es un fiasco consumado. A buenas horas, mangas verdes.

Aquí no hay ni alegato contra la pena de muerte, ni crítica al régimen franquista, ni salto sobre la censura, ni humor negro ni ácido, ni mordiente dulce, salá, ni nada de nada. Que una cosa es lo que queremos ver, o lo que nos cuentan que vemos, y otra bien distinta lo que realmente vemos. Es una comedia de enredos con los típicos personajes del cine español de los sesenta, lo mismo le podrían haber hecho verdugo a José Luis que pescador en alta mar, y de igual modo habría reaccionado, y la misma reflexión y el mismo fondo tendría la película: osea, ninguno. Es más, yo que soy firmemente contraria a la pena de muerte, y como diría Victor Hugo, es si acaso una de las pocas convicciones que he mantenido siempre, veo en “El verdugo” una banalización de la misma, que si bien no me ha resultado ofensiva, sí me ha incomodado en algunos momentos.

Las pajas mentales del personal con Berlanga, su verdugo, y este pretendido ejercicio de análisis social y político, sólo se pueden explicar desde la histeria colectiva antifranquista de nuestros días (y creciendo, como sigan así, terminarán ganando la guerra en 2039), y por la obsesión por los señores censores de la dictadura reunidos en oscuros sótanos con el lápiz rojo. Es lógico que la fina y sutil censura de hoy, alimente el recuerdo de aquella burda, paleta e inepta del pasado. Mientras levitamos admirando aquella supuesta valentía y aquellos supuestos elevados alegatos, no los buscamos en el presente, no sea que, como entonces, no los encontremos y nos dé por pensar.
campi
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