"El miedo nos hace buscar una imagen salvadora y esa imagen es Dios"

La partida de ajedrez más famosa e importante de la historia fue la que nos hizo jugar a todos el inmenso cineasta sueco Ingmar Bergman, todo un filósofo y poeta del celuloide. Un tio oscuro, complicado si no le pillas el rollo, con obsesiones existencialistas, pero sobretodo, un tiparraco que hacía reflexionar como nadie.

En 1957 tal vez la mayoría de los aldeanos de a pie no estaban preparados para entender ni apreciar esta maravilla, y quizás hoy en día a alguien le puede parecer una bazofia. Pero enseguida empiezas a flipar con los diálogos; pronto uno se da cuenta de que está ante algo muy muy grande... más grande que América y más que Asia.

La vida, la incomprensión de la pareja, el arte, la soledad, la existencia de Dios... todo ello es diseccionado con precisión veterinaria en una estampa poética de la edad media sueca. Filmada en blanco y negro, algo nada casual, ya que en toda la película encontramos ese contraste: las casillas de del tablero de ajedrez, la muerte y el templario, el templario y su escudero, la peste negra y los circenses, momentos espeluznantes con otros de gran serenidad y belleza... dualidades extremas en una inmensa alegoría llena de simbolismos que va más allá de lo que el 90% de películas existentes lo han hecho.

Personajes extraídos casi directamente del teatro, junto con imágenes absorbentes de arrolladora fuerza visual y significado, que en conjunto nos hacE pensar, y muy profundamente además: "Qué diablos estamos haciendo aquí y dónde vamos al morir". Es una pregunta que Bergman no nos responde, lógicamente. ¿Pero acaso alguien sabe la respuesta?

¿Qué es la muerte? Lo único seguro es que el final de nuestra vida es un jaque mate. La muerte es no comprender esta película, o comprenderla, según se mire. Dualidad, amigos. Contrastes. Vida. Muerte.